Al comenzar el Adviento nos preparamos para la primera venida de Cristo al mundo. Nos preparamos, por lo tanto, para celebrar la Navidad. También esperamos la segunda venida del Señor, con poder y majestad, para juzgar a los vivos y a los muertos en el Juicio final. Al hablar del Juicio Universal siempre pienso en las palabras de Santa Catalina de Siena: «Yo no temo al Juicio porque sé que el que me ha de juzgar es Jesucristo al que tanto amo». El Señor en este Evangelio nos presenta la despreocupación y la insensibilidad de los hombres frente a lo sobrenatural. Olvidamos que lo más importante es la Vida eterna. La segunda venida del Hijo del hombre se cumplirá en un momento inesperado, sorprendiendo a los hombres en lo que están haciendo, bueno o malo.

Jesús nos exhorta a la vigilancia. «Velad pues, ya que no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor. Estad preparados porque a la hora que no sabéis vendrá el Hijo del Hombre». El cristiano debe vivir vigilante cada día como si fuera el último de su vida. Lo importante no es hacer conjeturas acerca de cuándo y cómo serán esos acontecimientos últimos, sino vivir de tal forma que nos encuentren en gracia de Dios.

Dentro unas semanas celebraremos con alegría y esperanza el misterio del nacimiento de Cristo, el Hijo de Dios. En las calles y en las casas se hace patente que vamos a celebrar una gran fiesta. Las luces, los escaparates, los comercios, los regalos expresan que vamos a celebrar una gran fiesta, algo verdaderamente importante. Pero no es suficiente celebrar el misterio del nacimiento de un Niño solo externamente, hay que vivir el amor y ternura de Dios Padre al enviarnos a su Hijo Unigénito, Nuestro Señor Jesucristo, para la salvación de la humanidad. Sin el Niño de Belén, la Navidad no tendría ningún sentido. Los creyentes abrimos nuestro corazón al amor de Dios. Cristo ha nacido para nosotros. Venid a adorarlo.