Ya se están apagando los últimos ecos de la Cumbre del Clima de Madrid. Los discursos, las manifestaciones, las fotos, los compromisos... Todo esto se está diluyendo en el día a día de la cotidianidad de cada cual. Por tanto, es el momento de preguntar: ¿Y ahora qué? En qué se va a traducir todo lo que se ha explicado y dicho en la cumbre. ¿Cuántas medidas va a poner en marcha nuestro próximo Gobierno para intentar paliar alguno de los efectos de la degradación del medio ambiente? ¿Servirán de algo tantas palabras dichas habida cuenta que Estados Unidos, Rusia y China no parecen tener ningún interés por el cambio climático? Ya han hablado los líderes en la cumbre pero ahora deberíamos de abrir una reflexión colectiva en la que participen los ciudadanos de todas partes. Y esa reflexión tiene que partir de una evidencia: los logros de la nuestra civilización están sustentados en la utilización de energías contaminantes. Casi todo lo que hacemos, el cómo vivimos ha tenido y tiene un precio, que no es otro que el de la degradación de nuestro planeta. Esa es la primera realidad a la que nos debemos enfrentar: ¿A qué estamos dispuestos a renunciar? Porque es evidente que los avances tecnológicos y científicos nos hacen la vida más fácil y cómoda pero resulta que eso ha venido implicando una degradación del medio ambiente y esa es una realidad a la que hay que enfrentarse ya. ¿Deben de desaparecer los aviones? Si somos sinceros, debemos de admitir que los aviones son muy contaminantes. Pero, ¿podríamos prescindir de ellos? Me parece que la única respuesta es que debemos instar a nuestros gobiernos a que apuesten por energías menos contaminantes, a que se dedique dinero en investigación en busca de esas energías más limpias. Lo que no podemos es seguir engañándonos ni dejando que nos engañen. Todos tenemos la responsabilidad de contribuir a que no se degrade más el medio ambiente. Desde pequeños gestos como reciclar a procurar mantener limpias las ciudades...