El año pasado la isla de Ibiza tiró cinco mil millones de litros de agua por las tuberías de la red urbana.
¿Son muchos o pocos, los litros despilfarrados? Pues son tantos como toda la producción de agua desalada de la desaladora de Santa Eulària en un año, como publicaba ayer este periódico.
Tenemos una desaladora enterita para derrochar. Piénselo bien, el gasto energético, el coste medioambiental, la cantidad de recursos invertidos, para tirarlo, literalmente.
La alianza del agua lo viene advirtiendo desde su nacimiento, este despilfarro es intolerable y mucho más en una isla en la que el agua es tan cara de producir.
El sistema perfecto no existe, según explican los técnicos, pero que entre el treinta y el cincuenta por ciento del agua potable se pierda en la red es inexplicable.
La falta de inversión en las últimas décadas en infraestructuras hídricas, nos ha llevado a este punto y debe solucionarse.
En este asunto, las diferentes instituciones implicadas se echan las culpas unas a otras, pero nadie resuelve el tema. El primer paso para solucionar un problema, es conocerlo. Bien, ahora que ya lo sabemos, hay que ponerse al tajo y esta es una cuestión lo suficientemente seria como para que haya acuerdo inmediato entre todos los implicados.
Es absurdo pedirle al ciudadano que sea responsable en el consumo del agua, para luego permitir esta barbaridad.
Otro capítulo merece la reutilización de las aguas y poder así cerrar el ciclo. Se debe también infiltrar agua depurada en los acuíferos sobreexplotados para evitar que se salinicen.
Ibiza necesita ya un plan hidrológico propio, que gestione eficientemente el agua y garantice su calidad.
Para esas cosas está la política y los ciudadanos debemos ser más exigentes con los responsables en este asunto.