La COP25 ha sido la cumbre climática más larga de la historia, al tiempo que la más descafeinada. Los líderes mundiales han quedado en que ya irán quedando, si eso. «Que ahora vienen fiestas y hay que comprar los regalos. Pero que pensemos en el clima, claro, claro».

De no haber sido por la presión social de los millones de ciudadanos indignados, los que mandan y están a favor de los combustibles fósiles-llegando incluso al negacionismo- hubiesen ganado la cumbre, dejando caer al planeta por el abismo de la geopolítica. El acuerdo final, después de dos días de negociaciones en tiempo de prórroga, evita el retroceso, pero no es, ni de lejos lo que la tierra necesita.

A muchos nos hubiese gustado escuchar compromisos reales de los grandes contaminadores. Pero estos han apretado el botón de pausa y «si eso, ya se verá». 103 países han acordado presentar planes más ambiciosos durante el 2020, pero la mayoría son pequeños estados que contaminan mucho menos que Rusia, China, India y por supuesto EEUU, que son los que realmente, tienen que tomar cartas en el asunto y parecen mirárselo de soslayo.

En ese sentido, Brasil, Arabia Saudí, Australia y por supuesto EEUU, han sucumbido claramente a los intereses de la industria contaminante y China e India no acaban de animarse a tirar del carro anti calentamiento. Con este panorama el futuro no parece nada halagüeño y nuestros hijos y nietos heredaran un planeta desértico, caliente y con difícil acceso al agua. Los pomposos lujos de los que hoy disfrutan los que se enriquecen ensuciando el planeta, darán paso a la miseria por la que habrá que pelear, aplicando la ley del más fuerte.

Según los científicos aún estamos a tiempo de evitar el desastre, pero me temo que la pasta está por encima de todo y de todos.