Muchos loqueros que jamás han tenido sano juicio se llevarán las manos a la cabeza, pero creo que hay que hacer caso al niño que llevamos dentro. Así que me transformé en un cazador furtivo de la cuadrilla de Robin Hood. Una finca de San Miguel parecía el bosque de Sherwood y me lancé a por unos lujuriosos pomelos que refulgían en la helada nocturna. Reza la Ley Payesa que puedes tomar los frutos que te quepan en las manos, pero que si llevas un cesto te arriesgas a una perdigonada.

¿Quién no rejuvenece en esta noche mágica y contagiosa de ilusiones? Cierto que hay algunos tenebrosos bolas tristes que parecen tener el alma carbonada, pero zumba una flecha de éxtasis que cabalga el aire como la estrella guiadora de los Reyes Magos. El corazón cree aquello que desea y brotan nuevos anhelos que burlan el karma travieso de nuestra conducta.

El aventurero Casanova a veces se declaraba agnóstico, pero también reconocía rezar por lo bajini antes de defenderse como un león frente al peligro. Como buen jugador, le gustaba contar con las posibilidades a favor. Así que esta noche dejaré coñac y ron a sus Majestades, y cubos de agua para caballos y camellos. Antes que juzgarlo como una mordida cósmica, prefiero pensar que lo cortés no quita lo valiente.

Y con el zumo de los pomelos preparo un Papa Doble de antología caribeña que conjura cualquier frío. Y brindo por esos valientes viajeros que desafían las castradoras leyes de tiranos infanticidas para llevar regalos al Niño.

La ilusión nos mantiene radiantes.