Los que me conocen saben que simpatizo con el Atlético de Madrid. Me viene de familia. Mi abuelo Leandro acudía religiosamente cada 15 días al Vicente Calderón a seguir a su Atleti junto a su hijo –mi padre–, mi abuela Trini y sus amigos. De hecho, el Rober fue socio desde casi el mismo día que nació. Yo fui muchas veces con ellos y aún guardo en mi memoria el olor a puro de mi abuelo, el de la bota de vino cuando se la pasaban entre los amigos, el sonido del papel de periódico que envolvía el bocadillo y los gritos a un señor de negro, sus acompañantes y los contrarios cada vez que había una jugada que no gustaba. Nunca entendí cómo se podía insultar tanto cuando la jugada había pasado a casi cien metros de distancia del Fondo Norte, donde estábamos nosotros. Pasan los años y sigo sin entenderlo. Con el paso de los años, mi padre se volvió un descreído del fútbol. Le pasaron factura los desmanes de Jesús Gil en su querido Atleti y que esto del balompié se convirtiera en un negocio.

Dejó de verlo. Solo algunos partidos puntuales que era un placer ver con él por lo que se aprendía con sus comentarios. Le daba igual quién jugara, incluso el Real Madrid, porque apreciaba una buena jugada, un buen pase, una buena defensa o un buen gol. No le importaba que fuera del Atleti o del Escalerilla –como siempre él decía– porque le gustaba el fútbol como deporte que se practica pero no se consume. Prefería verlo en casa, en zapatillas, harto de escuchar tanto insulto y tanta violencia injustificada. Por eso, cuando en el partido de Copa del Rey entre la UD Ibiza y el Albacete escuché ciertas barbaridades contra los contrarios y contra los árbitros me acordé del Rober. Estaba con mi hijo, de tres años y medio, y se asustó. No me gustó. El fútbol no es eso. Los malos modos, el negocio y otras cosas echaron a mi padre del fútbol. Yo también voy camino de ello. Pero aún queda la esperanza de Aitor. Es un enano y él, cuando todos animan pacíficamente, aplaude emocionado. Por favor, quedémonos con eso. Con el fútbol del bueno. Por favor, no echen también a Aitor.