El concepto de ‘puertas giratorias’ fue uno de los ejes de la campaña que hicieron los dirigentes de Podemos antes de entrar en las instituciones. Pretendían denunciar los beneficios que tienen los políticos cuando abandonan su actividad pública, que son colocados en empresas para asistir a reuniones de consejos de administración y ganar un dineral. No sé cómo pudo aguantar Aitor Morrás, líder de Podemos en Vila, las explicaciones de su compañera Elena López y no abandonar el pleno sin notar sarpullidos cuando la concejala socialista explicaba la vinculación de Alfonso Molina y la empresa Citelum. No asistí al pleno municipal, pero Morrás siguió cómodamente en la silla y respondió como pudo las críticas de la oposición. Porque lo de Molina es mucho peor que una puerta giratoria. Recordemos que Molina no salió de la política por la puerta grande ni de forma voluntaria. Dimitió cuando se destaparon los informes sobre su irregular gestión de los cursos de formación. Pero al alcalde de Vila le molesta mucho que le pidan explicaciones. ¿Cómo se le ocurre a la oposición preguntar si un concejal puede trabajar para una empresa con la que negoció en su etapa política? ¿A quién se le ocurre pedir la vinculación profesional de Molina con Citelum? ¿Cómo se atreven a cuestionar si se cumple la ley de incompatibilidades, que prevé un plazo de dos años para que haya un vínculo profesional entre un ex político y empresas con contratos públicos? Debe de ser un trago muy duro presumir de transparencia y luego tener que responder las preguntas de la oposición. Y tiene que ser también muy complicado asumir un cargo público (como es el caso de Aitor Morrás) y mirar hacia otro lado cuando su gobierno hace lo contrario de lo que él ha defendido durante años. Ni la ‘banda del salami’ se hubiese atrevido a tanto.