Una investigación sindical (que no judicial) ha concluido que Plácido Domingo acosó a 27 mujeres, valiéndose de abuso de poder. Al tenor madrileño no le ha quedado otra opción que disculparse por el daño infligido y asumir la responsabilidad de sus acciones. Muchos creímos la palabra de Domingo cuando aseguró no haber acosado a nadie, dado que las denunciantes no aportaron una sola prueba de tal conducta, debiendo prevalecer la presunción de inocencia. El tiempo ha retratado al Rey del Olimpo operístico, con la consiguiente decepción y bochorno que sufrimos los que le veneramos. En una de sus infinitas muestras de doble rasero, hoy muchos se vanaglorian de haber dicho desde un principio que Domingo era un acosador, pese a no tener certeza alguna sobre ello, igual que defendieron a Juana Rivas desde un primer momento, sin tener idea de la verdad que la justicia ha acabado por revelar, archivando sus denuncias falsas. Cuan gozoso debe ser callar y sacar pecho a conveniencia… Ojalá alguno de estos jueces sin carrera tuviera la misma virulencia contra el asunto de las menores tuteladas y prostituidas que contra el músico español. Las redes sociales se han convertido en un altar público en el que un infame jurado popular indulta y condena arbitrariamente, haciendo caso omiso a los estándares y garantías penales que caracterizan una sociedad democrática. Mientras la justicia clama in dubio pro reo, los opinadores berrean por la presunción de culpabilidad y el linchamiento. La justicia pide pruebas, la ignorancia castigo sin proceso. Domingo fue un acosador y ello provoca que la admiración que muchos sentimos por su talento sea proporcional a la decepción por su comportamiento, apuntemos con el dedo acusador en la certeza y no antes de tenerla.