Leo con sorpresa que las farmacias de Formentera se han quedado sin esas mascarillas que transforman a sus usuarios, al menos estéticamente, en una especie clónica del doctor antropófago Hannibal Lecter.

Pero tal mascarilla es el atrezzo de moda de Pekín a Tenerife. Personalmente sigo prefiriendo un foulard de seda, que tanto me ha protegido en las tormentas del desierto o algún concierto lleno de toses y sudores; también una copa a tiempo y un baño en la mar, combinación estupenda para aumentar las defensas y alegrías del cuerpo.

Los formenterenses nunca hicieron demasiado caso de los médicos, así que la mayoría de compras compulsivas de tales mascarillas debe ser obra de residentes italianos, los cuales beben mucho menos que los fieros nativos de la coqueta isla pitiusa.

Es una curiosa lección histórica que el norte de Italia sea la región europea donde –de momento—más se ha propagado esta nueva peste. Gracias a los viajes del veneciano Marco Polo en el siglo XIII, los diferentes estados de la Italia medieval fueron también los primeros en beneficiarse de la reapertura de la Ruta de la Seda. La pasta, la pólvora, la brújula…son inventos chinos que Polo se trajo a Europa.

Ahora la divina Italia vuelve a ser la puerta occidental del Extremo Oriente, esta vez de forma vírica. ¡Anuncian el apocalipsis por un estornudo! ¿Las consecuencias? Una histeria social tremenda, crisis turística, carnavales suprimidos (los savonarolas de turno estarán felices). Pero también la posibilidad de beber un Negroni en el Florian tranquilamente, entrar en los Uffizi sin aglomeraciones, cantar a capella sin miedo a ser fusilado por selfies nipones, etcétera.

Ahora bien, nunca imaginé tal profusión de mascarillas en Formentera. Será la globalización.