Estas horas no paro de recibir mensajes en mi móvil de amigos, conocidos o simplemente números en mi agenda, muy alarmados por el coronavirus. No lo habían estado hasta ahora, o al menos eso parecía, pero ayer fue cómo si hubiera llegado el apocalípsis. Y no porque hubiera ya 84 muertos y 3.051 infectados en España (seguro que la cifra habrá subido hoy cuando se publique el artículo) sino porque estaban infectados personalidades como la ministra Irene Montero, la exvicepresidenta del Congreso Ana Pastor, el político de VOX Ortega Smith, el actor Tom Hanks y su mujer, dos jugadores de la NBA, otro baloncestista del Real Madrid, unos cuantos futbolistas... El resto de infectados y muertos no interesa tanto, demostrándonos una vez más que hay personas de primera, de segunda e incluso de tercera. Hasta en las enfermedades porque, seamos sinceros y duros, no venden lo mismo ellos que Pedro, Luis, Juana, Susana, Miguel o el señor de 90 años que falleció sin que nadie, salvo sus familiares, supiera su nombre. Porque vende mucho más hablar de grandes clubes deportivos, de competiciones deportivas paralizadas, de colegios sin clase, de supermercados vacíos o del Congreso y el Senado sin actividad que, por ejemplo, del magnífico trabajo que se está haciendo en nuestra Sanidad Pública. Por cierto, todo mi apoyo para todos esos héroes anónimos.

En esto también tenemos culpa los medios de comunicación. Internet y las redes sociales nos han metido en una carrera sin freno en la que cada vez más se busca cualquier excusa para conseguir un me gusta o un lector más que la competencia. Buscamos lo que llame la atención sin importar si la información esta debidamente contrastada. No somos todos. Solo algunos pero esos pocos hacen mucho daño. No todo vale en tiempos de crisis y siempre, siempre, todos somos iguales, por más que nos apellidemos González o Montero, Pérez o Hanks o López o Pastor.