Casi transcribiría palabra a palabra, voz a voz, sentimiento a sentimiento, sueño a sueño, momento a momento, sabor a sabor, la deliciosa presencia de cuatro doncellas el pasado domingo en el teatro de Cas Serres. Pero dejemos eso a las protagonistas en su, espero, próxima aparición. Porque la visión de O marinheiro puede repetirse insaciablemente, cual sueño en nuestro regazo, que se repite y repite y lo vivimos una y otra vez, de forma intensa y renovada. Doscientas cuarenta almas pudimos disfrutar de una prosa en poesía, de una poesía en prosa, de un teatro de enorme peso metafísico, metafísica destilada de la propia existencia de su autor, Fernando Pessoa, quien, en el desborde de sus acontecimientos internos, en un día de sus 47 años le entró el sueño, cerró los ojos y durmió para siempre. Un sueño como el de la primera doncella que ya no sabe «en qué parte del alma se siente». Curiosamente, pessoa significa en portugués persona, y es Pessoa prolijo en el uso de heterónimos, de pseudónimos, en el conjunto de su obra, adoptando distintas posiciones de autor y autoidentificándose de forma múltiple en muchos de sus escritos; todo ello junto a sus tendencias ocultistas, esotéricas, casi místicas y su gran afición a la astrología llevan a la sospecha de su condición de médium. Él mismo decía que hablaba con los muertos. Quizá por ello escribe esta nuestra historia, que permite atisbar el sufrimiento de la levedad de su identidad existencial, tema principal de toda su obra.

Una noche con vago luar, donde la realidad insistente baja la guardia, en la sala de un castillo antiguo nos reciben, a la llama de aquellas velas que se mueven sin viento, a veces más amarillas, otras más pálidas, otras menos temblorosas, varias presencias, entre ellas cuatro doncellas, una muerta y tres en vela. Pessoa, en este drama de vaguedad y misterio, encarna su inquietud existencial en estos personajes emocionales, nihilistas, de voluntad estéril, para las que nada vale la pena, anclados en una tristeza que les acompaña desde lo más lejano de su pasado y con la esperanza de que pudiera ser el marinero el que las sueña a ellas, en lugar de ser un sueño de sí mismas, como única escapatoria del horror que sienten sus almas. Este coctel en el alma de las doncellas las lleva a sentir la vida como extraña, donde lo que sucede en ellas es increíble y donde la realidad y los sueños se confunden en las sombras, en el tiempo, en la memoria, en el olvido de lo que son, de cuántas son, de a qué vinieron a este mundo y de qué hacen ahí en esa espera a las velas, en esa espera vital que las daña, hasta el extremo de querer soñar una aventura interior en un pasado que no tuvieron o que tal vez sí tuvieron y ya no recuerdan como suyo. Un sueño que haría realidad el marinero, pues olvidó lo que fue y solo la realidad de su sueño permanecería anclada en su memoria.

Soñar nos aleja de una vida real dolorosa, soñar no nos respeta el orden temporal, ni las leyes naturales, no nos acaba ni empieza, nos porta sentimientos y emociones cordantes y discordantes y poco importa si en el fondo no se sabe lo que no es soñado. Pessoa refleja en este vértigo existencial el extraño que le habita, los extraños que le habitan, que nos habitan, a modo de miniyos y no-yos, y que emergen en ese espacio que va desde el deseo de decir o hacer algo hasta su expresión en el habla. En ese hueco temporal se nos cuela gente en la garganta y ya no somos, ya no parecemos, nos separamos de nosotros mismos y de oírnos ser. «¿Quién es quien está hablando con mi voz? ¿Por qué hablo yo sin querer hablar?». Pessoa pierde su voz, no la controla. Ella se expresa como expresión de otros, como expresión de otras presencias en el espacio robado a su alma, que se apoderan de sus sentidos y le acechan en una soledad que reclama compañía, compañía de voz, «¡hablad conmigo para así no oírme!». El dolor, el miedo, el abismo, el horror de sentirse violado por dentro reclama una voz externa, voz que aparece finalmente en el chirrío de un carro que probablemente se llevará la muerte, en el día que hará olvidar la noche que quizá no fue.

Muchas gracias a su director, Chris Martos, a las actrices y al Consell d’Eivissa por este hermoso regalo.