En estos días tal vez debería escribir sobre la gestión de la crisis del coronavirus. Pero no es el momento. Ya habrá tiempo de pedir responsabilidades, ver qué se ha hecho bien y qué se ha hecho mal y ver quién o quién no ha tenido la culpa del avance de esta pandemia que está dejando por el camino a miles de españoles. Son del norte, del sur, del este y del oeste, porque, desgraciadamente, la muerte no sabe de nacionalismos.

Dos de las comunidades más afectadas son Madrid y Catalunya. Dos lugares maravillosos que, por culpa de unos pocos, han vivido más separados de lo que deberían. Se han fomentado odios y rencores, nos han dicho que todo lo de allí o lo de aquí es malo y que las gentes de uno y otro lado tenían cuernos, tridente y rabo. Se han esmerado en convencernos de que los «catalufos» eran malísimos y que los chulos madrileños hemos querido controlar todo con «nuestro maldito centralismo». Sin embargo, ha tenido que llegar un virus para unirnos en una misma lucha por sobrevivir. Seguro que la Moreneta y San Isidro estarán arrimando el hombro juntos para sacarnos de esta. Seguro que los que rezan en la Sagrada Familia y en la Catedral de la Almudena lo harán al mismo Dios. Seguro que los que frecuentaban La Latina, Chueca, Huertas o el Barrio Gótico o el Raval estarán mirando al mismo cielo para saber cuándo volverán a salir de cañas. Seguro que los currantes de cada pequeño pueblo y gran ciudad estarán deseando volver abrir de nuevos sus comercios sin importar si lo hacen con un «bon dia» o con un «¿qué pasa tronco?».

Seguro que las madres y las padres que están haciendo un sobresfuerzo por estar con sus hijos ya cuentan las horas para que vuelvan a sus colegios y sus escoles. Seguro que... catalanes y madrileños, madileños y catalanes, estaremos de nuevo unidos en esto. Sin que importe que yo tenga una bandera roja con estrellas y tú una senyera.