Dulzaina

Durante este confinamiento añoramos a personas que hacía años que no teníamos tiempo de ver y ensalzamos instantes que ahora solo recordamos felices. Estos días me planteo qué haré o dónde querré ir cuando todo esto acabe y solo puedo pensar en los abrazos que les daré a los míos en Aranda, en León o en Madrid. También anhelo de pronto volver a Valladolid para reencontrarme con las compañeras de aquella campaña electoral que cubrimos en 2003 y a las que de pronto echo muchísimo de menos. Juntas recorrimos de mitin en mitin decenas de pueblos durante 24 días, escuchando cómo distintos políticos nos repetían la misma cantinela, y sembramos el germen de una amistad sin fisuras. El otro día una de ellas me emocionó recordándomelo y me henchí como una loca hidalga prometiendo que este año volveríamos a reencontrarnos veinte años después. Espero cumplir mi palabra.

También tengo muchísimas ganas de volver a abrir un buen vino con mis cuñados. Como mi hermano es abstemio y mi hermana muy medida y más proclive a los blancos suaves que a los tintos con cuerpo, es con mis cuñados con quien más veces me he reído hasta quedarme sin aliento presa de los efluvios de grandes Ribera. El otro día colgué una foto en mis redes sociales en la que tendría 15 primaveras, tras un rescate de alguno de los cajones en los que mi madre está llevando a cabo unas épicas sesiones de limpieza, y mi cuñada me recordó una anécdota que había olvidado. Todavía sonrío. Para ponerles en antecedentes les diré que mis hermanos llevan toda la vida con mis cuñados. A Javi lo quiero desde los 14 años y a Marta desde los 17, así que imagínense las peripecias y vivencias que hemos compartido. Estábamos, como les contaba, mi cuñada y yo en la barra de La Sal, uno de nuestros bares favoritos de Aranda, cuando de pronto notamos cómo el compañero de piso de mi hermano, y amigo de la familia desde que tengo uso de la razón, comenzaba a acercarse a nosotras a cámara lenta lanzándonos señales confusas. De pronto Marta lo miró fijamente y le dijo: “Cirilo, ponte las gafas hombre que somos Montse y Marta” y estallamos en carcajadas. Había olvidado esa historia, como muchas otras que ahora se pasean por mi cabeza recordándome la suerte que tengo de que mi familia esté bien y de que se componga íntegramente por personas buenas y divertidas. Marta toca estos días la dulzaina por la ventana a las ocho de la tarde y se lleva cientos de aplausos y Javi aprecia de pronto las canciones que subo diariamente a Instagram y que siempre le habían parecido demasiado intensas. Yo creo que nos está pasando un poco a todos lo mismo. Ahora que no podemos vernos es cuando realmente necesitamos y queremos hacerlo y esas pequeñas cosas, que nos hacían quejarnos demasiado a menudo, se han disipado para recordarnos lo que es realmente importante y la suerte que tenemos.

Yo estoy en modo ensalzamiento de la amistad y no dejo de sorprenderme por todas las personas maravillosas que han pasado por mi vida y que estos días me escriben o que me llaman para saber cómo estamos todos. Desde Roma, Volendam, Puebla o Dubai me llegan mensajes de aliento donde la amistad sincera rezuma en esta historia que estamos escribiendo juntos, que es universal y en la que los cuñados serán las estrellas de estas Navidades, brindaremos con ellos, más felices y con más razones que nunca, por lo mucho que están mimando, protegiendo y cuidando de los que más queremos.