El estado de alarma y el confinamiento se prolonga para desespero eterno y aunque la inmensa mayoría de la ciudadanía se comporta como tal, siempre hay espacio para los incívicos. Desgraciadamente, esos descarriados son los que salen en los papeles, son los casos que alimentan la página de sucesos y engordan el desánimo, el engordamiento físico viene de rebote por el confinamiento. En Ibiza ya se suman medio centenar de detenciones por desobediencia. La mayoría son reincidentes y algunos ya piden a gritos pasar una temporadita en Can Reixes, el ‘hotel’ que nunca cierra, haya o no temporada. Incívicos, cínicos y violentos como el individuo que la tarde del sábado arremetió a pedradas contra los agentes que le informaban de que iba a ser denunciado por desobediencia. Minutos antes, el interfecto había alegado que estaba buscando a su perro: un can inexistente.
Los casos de incivismo se multiplican y la inmoralidad e indignidad se eleva al cubo con miserables como el que escribió «rata contagiosa» en el coche de una doctora de Barcelona. O ‘vecinos’ que recomiendan a su vecina que trabaja en un supermercado que marche a otro lugar a la hora de dormir. El COVID-19 está sacando lo mejor de buena parte de la sociedad, pero también lo peor de algunos.

Paralelamente, los ejemplos de cinismo se multiplican entre nuestros gobernantes. Algunos de ellos solo dan la cara a través de tuiter para acreditar su falta de respuesta en momentos de crisis, momentos en los que solo los ‘elegidos’ dan la talla. Cinismo por llamar estado de alarma a lo que, de facto, es un estado de excepción. Obscenidad absoluta para monitorizar las redes sociales buscando bulos cuando la madre de las fake news fue vendernos que todo iría bien, que apenas habrían casos y que nadie se quedará atrás.