El tema que vengo a comentaros guarda relación con el eslogan que promocionó ‘Dentro del laberinto’: “El lugar en el que todo parece posible, pero nada es lo que parece”. En plena era de la información y las comunicaciones, somos testigos de un enorme avance en los métodos de desinformar y engañar a la población. Me refiero a los deepfakes. Esta tecnología, que usa redes neuronales, se ha convertido en una de las formas de fraude y desinformación más difíciles de reconocer. Está siendo explotada para el mal en periodos críticos. ¿Te imaginas a una persona conocida con cierta reputación afirmando que la COVID-19 es un virus manipulado para reducir el número de habitantes de la Tierra? Con esta tecnología sería posible manipular imágenes y voz para que parezca real y crear confusión en la sociedad, llegando incluso a dañar la imagen de una persona. Los deepfakes son amenazas para la sociedad al tener implicaciones sociales, morales y políticas. Los ciberdelincuentes llevan tiempo empleando este tipo de tecnología para manipular vídeos que cambian el rostro de una persona por la de otra y sobreimponen la voz. El mayor peligro reside en la facilidad para crear este tipo de fraudes. Con una aplicación cualquier persona puede crear un vídeo falso que a la vez sea creíble. Un ejemplo es Avatarify, un software de código abierto que permite usar un deepfake como avatar durante una videollamada.

El realismo al que se ha llegado con estos métodos es cautivador, pero asusta. Al ritmo que avanzan estas técnicas de ingeniería social, en poco tiempo será prácticamente imposible identificar si se trata de una falsificación o no. Compañías como Facebook, Twitter y Google están reforzando su estrategia para identificar y eliminar estos contenidos multimedia falsos. Es necesario aplicar una mentalidad crítica.