Mi abuelo Crescencio nació en La Espina. Un pueblecito asturiano del concejo de Salas donde es más fácil encontrar una vaca que una sucursal bancaria. Sus 400 habitantes todavía deben de estar descojonándose de la súper idea del desconfinamiento infantil. En un lugar donde las casas tienen a sus pies prados inmensos, el tener que buscar un supermercado para sacar a los niños a la calle es muy razonable. Es cierto que la idea duró, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, pero oiga, que algún experto/asesor/mentor/competente tuvo sus segundos de gloria con el tema. Estamos pagando a 22 ministros y ni sé cuántos asesores/expertos/ideólogos para que salgan a dar ruedas de prensa donde anuncian decisiones que minutos después tienen que corregir. Esto ya no se trata de errores de improvisación ante un problema desconocido. Estamos hablando de ineptitudes inauditas e intolerables, decisiones centralistas que solo piensan en las circunstancias de Madrid. En Formentera y en Ibiza hay vecinos que tienen más cerca la playa o el campo que la farmacia.

A estas alturas muchos restaurantes y hoteles acondicionan motu propio sus instalaciones porque tarde o temprano habrá que volver a la realidad. Hay restaurantes que han puesto mamparas, asociaciones hoteleras que han presentado planes de actuación ante un Ministerio inoperante que no ha dado señales de vida.

A estas alturas sería lógico que ya hubiese un protocolo de actuación para el sector turístico, una especie de manual a seguir sobre cómo adaptar las infraestructuras y los comportamientos a esta nueva realidad. También estaría bien la adquisición de arcos de temperatura para todos los aeropuertos y puertos. Pero claro, ¡si todavía estamos en la fase de devolver los test de imitación! Presidente, sin ser yo su asesora, ni pretenderlo, le voy a dar un consejo gratis: llame con urgencia a Jacinda Arden.