Jesús nos dice: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos». Es muy fácil decirle al Señor que lo amamos, pero ese amor se hace realidad amando al prójimo. Amar a Dios con obras y de verdad. Jesús subirá al Cielo, pero no nos dejará huérfanos. Jesús volverá a nosotros por su Espíritu. Dice el Señor: «Yo le pediré al Padre que os de otro Paráclito que esté siempre con vosotros». El Espíritu de la verdad. El Señor promete a los Apóstoles en diversas ocasiones que les enviará el Espíritu Santo. En efecto, vendrá sobre los discípulos tras la Ascensión del Señor. Al prometer Jesús que por medio de Él el Padre les enviará el Espíritu Santo está revelando el misterio de la Santísima Trinidad.

La palabra Paráclito significa o se traduce por Consolador, protector, abogado. El Espíritu Santo cumple ahora el oficio de guiar, proteger y vivificar a la Iglesia. El Paráclito es nuestro Consolador, mientras caminamos por este mundo, en medio de dificultades y pruebas. Ahora bien, por grandes que sean nuestras limitaciones, todas las personas pueden mirar con confianza a los cielos y sentirnos llenos de alegría y esperanza. Dios nos ama a todos y nos libra de nuestros pecados. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia anticipa la felicidad eterna, la alegría y la paz que Dios nos depara.

En la Última Cena, hay unos momentos de verdadera emoción y tristeza entre los Apóstoles ante las palabras de despedida del Señor. Jesús les habla con ternura llamándoles hijitos y amigos. El Señor les promete que no quedarán solos, pues les enviará el Espíritu Santo, y Él mismo volverá a estar con ellos; lo verán de nuevo, después de su Resurrección.

Cuando Jesús suba a los Cielos, dejarán de verle; no obstante, el Señor sigue en medio de sus discípulos como había prometido. Ahora solo lo vemos por la fe, pero después de esta vida temporal lo podremos contemplar cara a cara en el Cielo. Será entonces cuando podremos ver lo que ahora creemos por la contemplación. Jesús quiere hacernos comprender que el amor verdadero a Dios ha de reflejarse en una vida de entrega generosa y fiel al cumplimiento de la voluntad divina. San Judas nos exhorta en otro pasaje a que no amemos de palabra y con la lengua, sino con obras y de verdad.
Que el Espíritu Santo, repito, cumpla la misión de guiar, proteger y vivificar a la Iglesia.