Más de 80 días sin sentirlo entre mis brazos y cómo lo echo de menos. Cuántos abrazos y besos rotos. Cuántas caricias imposibles. Que sí, que las videollamadas pueden hacer más llevadera la distancia, pero no hay nada como tocar y abrazar hasta estrujar a un hijo, a una madre... Piel con piel. 82 días después el reencuentro está más cerca: a una conexión en ferri y unos kilómetros en autobús. El maldito coronavirus nos cambió el pulso y la denominada ‘nueva normalidad’ nos llega con una retahíla de abrazos rotos. Lo del choque de codos está muy bien para un momento, pero no deja poso, ni recuerdos, ni chispazos.
Rebobinando, revivo el último abrazo que le di a mi hijo antes del estado de alarma. Fue el 29 de febrero, cosas de los años bisiestos. Dos semanas después teníamos que habernos reencontrado en Ibiza, pero la pandemia lo rompió todo. Si todo va bien, en cuestión de 24 horas , volveremos a vernos en vivo, volveré a ‘tocar mare’, enlazaremos esos abrazos rotos intentando recuperar esos tres meses robados, una experiencia vital que jamás olvidaremos.

Algo tan simple como un abrazo puede transmitir infinidad de sentimientos: desde el cariño hasta compartir el dolor por una pérdida. Abrazos necesarios, vitales, que miles de familias de víctimas del coronavirus no han podido compartir durante estos tres eternos meses.
La luz de junio nos debe mostrar más nítidamente la salida del túnel, pero no hay que bajar la guardia para que jamás volvamos a perder unos abrazos que miles de personas ya no podrán dar a sus familiares o amigos perdidos.