Tapa dura.

Era un paquete pequeño, lo sacó del maletero en el aparcamiento de Ikea. Nunca había ido a aquel extraño supermercado de muebles y objetos de decoración donde lo que más me llamó la atención fue que ella comprase una caja de cebolla frita para ensaladas y esos pequeños lápices que regalaban para apuntar cosas y dimensiones en libretas imaginarias.

Obviamente era un libro. Son, junto con los vinilos, ese tipo de regalos cuyo contenido no se puede ocultar y que siempre me han hecho sonreír. En la fiesta de mi octavo cumpleaños escuché a otra niña decir «qué rara es», tras gritar alborozada mientras destrozaba un envoltorio: «¡qué bien, otro libro!». Me gusta rellenar esta parte de mi memoria con alguna heroína respondiéndole que la extraña era ella por no apreciarlos.

Cuando lo abrí no supe qué decir. En la portada salía mi nombre, una imagen del mar de Ibiza con un barco de fondo y su título: Cruce de caminos. Lo abrí y el epílogo estaba firmado por ella. Se podía leer mi biografía profesional como periodista y después algunas líneas sobre cómo nos conocimos y el supuesto talento que Marta me atribuía como novelista. Lo cierto es que aquella historia que escribí con 25 años era entretenida, aunque algo densa, ya que, como me dijo el mejor profesor de mi historia, Enrique Riera, «una buena pluma solo se afila con los años y la experiencia» y por aquel entonces yo no tenía ninguna de las dos cosas. Aun así, ese ha sido uno de los regalos más bonitos que me han hecho en mi vida. Es cierto que yo le había enviado por email aquel texto para que me dijese qué opinaba sobre él, pero nunca pensé que lo editaría y lo imprimiría como si fuese una obra de verdad. Lo importante no es que el concepto de literatura de sus páginas fuese dudoso ni que desde entonces creo que solo he permitido que lo lean cinco personas, sino que Marta, sin saberlo, cumplió uno de mis sueños, ver mi nombre sobre una tapa dura. Al final es como cantar en un karaoke o ante un grupo de amigos al amparo de una guitarra, no deja de ser una actuación a modo de concierto, digan lo que digan los demás.

Eso fue en mi anterior vida. Después, cuando me encargaron escribir un libro de verdad, fue también Marta quien se ocupó de revisarlo, de editarlo y de mostrarme con su sonrisa infinita sus contenidos. Juntas olimos el aroma inconfundible de la tinta sudando vida y nuestros nombres descansan hoy juntos en el atril que me hizo en madera, con mucho amor y talento, mi suegro. Hoy les escribo desde el sofá y la portada de Adlib Moda Ibiza, protagonizada por la maravillosa Olive Moodie, me sonríe a dos metros de distancia, respetando de manera sarcástica el distanciamiento social.

Precisamente esta mañana, cuando no sabía sobre qué escribirles, he recibido un mensaje suyo: «¿Cómo va ese libro? Cuando quieras pásame los nuevos capítulos para ir revisándolos». De nuevo es Marta quien se esconde bajo esta nueva aventura de convertir esta bitácora en algo más que los artículos que llevamos 73 días compartiendo y que espero que dentro de muy poco pueda firmarles en una presentación cualquiera.

Gracias por llenar de luz las habitaciones cuando entras, por haber aparecido en mi vida hace 16 años para hacerla mejor, por haber estado en los mejores y en los peores momentos, por haberme convertido en tu socia, en parte de tu familia y en mejor persona y gracias, una vez más, por ayudarme a poner letra y tapa dura a esta historia de nuestras vidas.