En 1986, Madonna lanzó una canción con ese titulo, que aquel año sonó hasta la saciedad, convirtiéndose en una de esas melodías recurrentes que sin saber porque, de tanto en cuando vuelven a nuestra memoria y tarareamos, como probablemente esté usted haciendo ahora mismo.

La canción no está inspirada en Formentera, pero esta semana ha venido a mi memoria unas cuantas veces.

Casi todo el mundo en la isla, está deseando que esta extraña situación vaya acercándose a esa «nueva realidad» que permita que a la isla puedan venir turistas que dinamicen una economía en este momento bloqueada ante la parálisis del mono cultivo del turismo.

Pero al mismo tiempo, son muchos los que están disfrutando de las maravillosas playas de Formentera prácticamente vacías, con un agua transparente, virots, gaviotas y cormoranes campando a sus anchas, libres de la presión de miles de cuerpos rosáceos embatumados de perfumadas cremas y una arenas impolutas.

Recibir el mes de junio, circulando con absoluta tranquilidad, casi nos hace olvidar que en años anteriores, en este momento ponerse al volante se convertía en una especie de juego peligroso en el que andar sorteando obstáculos de todo tipo, además de sentirse rodeado de centenares de «motorinos».

Los pocos establecimientos turísticos que han decidido abrir para los residentes, te tratan con una familiaridad y afecto inimaginable en otro momento y cualquier rincón mágico de los muchos que tiene la isla está todavía «disponible».

Que sí, que sí que vengan los turistas, que el invierno es muy largo y vivimos exclusivamente de ello. Hoy entramos en la tercera fase y el momento está más cerca.
Pero mientras llegan y no... tararee conmigo: «Como puede ser verdad, la isla bonita».