Hasta no hace mucho la izquierda controlaba claramente la calle. Y además tenía la hegemonía en las redes sociales. Durante décadas solo ha habido protestas callejeras en este país a instancias de las fuerzas de izquierdas. Recordemos, para comparar, las caceroladas que hubo por un caso de ébola en España, cuyo balance fue el sacrificio de un perro llamado Excalibur. Desde el PSOE se lideraron las protestas contra el Gobierno de Rajoy y se pidió la dimisión de la entonces ministra de Sanidad por su incapacidad para controlar la pandemia, decían, y no poder evitar el sacrificio del perro. Pablo Iglesias trasladó el asunto al Parlamento europeo, donde entonces el líder de Podemos era diputado. Durante años los dirigentes del PP eran víctimas de escraches por los recortes, los desahucios o incluso por el rescate de las cajas de ahorro, pésimamente dirigidas por culpa de los dirigentes políticos de todo signo. Pero la derecha nunca ha sabido movilizar la calle. Históricamente han preferido callar y aguantar las críticas, pero han sido incapaces de movilizarse en las calles. Sin embargo, la situación está cambiando cambiando y ahora sí hay reacción callejera de políticos y ciudadanos que se atreven a criticar la gestión del gobierno de Sánchez/Iglesias. También en las redes sociales se ve claramente que ha habido un giro y cada vez aumentan el número de aquellos que no tienen complejos en criticar en la calle la gestión de la izquierda, algo que erróneamente parecía tabú en este país. No acabo de entender que cuando gobiernan unos sean saludables las protestas ciudadanas y cuando gobiernan otros, en cambio, todos aquellos que protestan lo que intentan es desestabilizar el país porque no respetan el resultado de las elecciones. El argumento es de lo más infantil, pero no me tomaría a broma la indignación callejera. Me temo que solo acaba de empezar.