Hace unos días vi con mi madre un episodio del espectacular programa de Televisión Española Imprescindibles. Estaba dedicado al genial Miguel Gila. El hombre del teléfono, antes dibujante en Hermano Lobo o La Codorniz y actor de teatro, ha logrado que millones de españoles nos partamos de risa sin importar la edad, donde hemos nacido o nuestro estatus social solo con decir aquello de “¿Es el enemigo?”. Sus monólogos han pasado de generación en generación porque aunque algo absurdos enlazan con la realidad de la postguerra, de la dictadura, de la transición, de los de la Generación X como yo y espero que también de los millennials. Sin embargo, y tal y como alertó en el programa el también genial Javier Cansado, hoy Gila no hubiera podido hacer muchos de sus chistes al ser considerados machistas, racistas u homófonos. Hoy, viendo cómo está el tema, seguro que Gila no hubiera podido ser Gila. En España y “en el mundo mundial en general” cada vez se tiene la piel más fina cuando las redes sociales insultan, por ejemplo, a David Broncano por un chiste sobre George Floyd. El humor siempre será el humor, y el día en el que dejemos de reírnos de nosotros mismos y de nuestro alrededor seremos peores personas. Si no entendemos que se trata de un chiste y que el racismo, el machismo o la homofobia se combaten desde la educación en los colegios, en las familias y en los grupos de amigos no habremos conseguido nada. MI hijo aprenderá que hay actitudes intolerables porque se lo explicarán sus profesores, padres, abuelos o padrinos y no por dejar de reírse con Gila, Buenafuente, Broncano, Faemino y Cansado o Martes y 13. Tenemos que ser nosotros los que le expliquemos que si tenemos las cosas claras no es malo reírnos de nosotros y de uno mismo. Los niños aprenden lo que viven.