La emergencia sanitaria que ha provocado el coronavirus ha hecho que cambiemos nuestra manera de ver (y afrontar) nuestro día a día. Asuntos que podían tener poca importancia se vuelven relevantes mientras otras cuestiones pierden posiciones en nuestra escala de valores a marchas forzadas. Es el proceso que conlleva la reinvención tras una catarsis. La principal preocupación del sector turístico tras la pasada temporada era cómo afrontar un año 2020 en el que se esperaba un descenso casi seguro de turistas. Parecía que se había llegado a la cúspide después de varios cursos fabulosos, en los que fueron constantes los anuncios de récords de pasajeros en el aeropuerto y los puertos de las Pitiüses. Era un momento en el que los hoteleros estaban inmersos en plena reinversión por el auge de las plataformas digitales, la pérdida de peso de los turoperadores y la batalla deselal que se libraba en los portales que ofrecen plazas residenciales como turísticas.

La COVID-19 frenó en seco este proceso y ha puesto en jaque a todo el sector. Dentro de las tinieblas surgió la idea del Govern de impulsar un plan para que las Illes Balears fueran el escenario de una prueba piloto para acoger a unos 10.900 turistas. Una cifra que podía ser irrelevante en años anteriores se ha convertido en una bola de oxígeno y esperanza para miles de empresas y sus trabajadores. Era la oportunidad de poner en marcha los diferentes protocolos sanitarios y demostrar al mundo que un destino seguro. Sin embargo, Francina Armengol y su equipo han vuelto a demostrar que gobiernan para unos pocos. La iniciativa parece que tendrá un impacto nulo en Eivissa, Formentera y Menorca, las tres islas del archipiélago con una mayor dependencia del sector.

Puede parecer aventurado decir que el Govern piensa únicamente en Mallorca, pero hay suficientes indicios sobre la mesa para sospechar sobre un favoritismo descarado hacia la mayor de las islas baleares. El Ejecutivo autonómico ha pasado por alto que los hoteleros debían poner a punto sus instalaciones y sus equipos y que las compañías debían ofrecer conexiones aéreas. También ha pasado por alto que las Pitiüses se nutren en mayor medida del turismo británico e italiano. También se ha pasado por alto la coordinación de la iniciativa con las diferentes islas. Pueden parecer cuestiones baladís, pero se añaden a una retahíla infinita de agravios históricos.

Tanto las instituciones como el sector privado de Eivissa y Formentera había mostrado su interés en una iniciativa que podría tener una gran incidencia a corto y medio plazo. Parece que el «federalismo interior» que ha defendido Francina Armengol públicamente va camino de ser un «federalismo competitivo y deselal». El Govern ha dejado pasar una nueva oportunidad de demostrar que podemos remar todos en la misma dirección. Pero resulta que Mallorca es el principal competidor del resto de islas.