La semana pasada nos dejó Pau Donés. Cada vez que muere una celebridad, las redes sociales se inundan de fotos y mensajes sobre el finado, pero lo de Pau fue distinto. Lo de Pau fue sincero y sentido.

Todo el mundo tenía una foto con Pau Donés y un recuerdo simpático y cariñoso con el artista.

He perdido la cuenta de las veces que entrevisté a Pau, hablamos mucho de trabajo, de canciones, de músicos. Pero cuando nos cruzábamos en Formentera o coincidíamos en la misma playa «secreta» había un pacto tácito y jamás hablábamos de esas banalidades. Pau venía a la isla huyendo de la popularidad que por otra parte necesitaba para acumular éxitos y conciertos en giras interminables que le llevaron por todo el planeta. Pero aquí solo quería pasear entre sus oliveras, encontrarse con los amigos y revivir las espectaculares puestas de sol de su añorado Quiosco de Anselmo.

Pau caía bien, era generoso, cariñoso y muy educado y no era postureo artístico, él era así.
Con Pau muere también un tipo de artista, con un gran conocimiento del mundo de la comunicación y la mercadotecnia, no en vano venía del mundo de la publicidad y el éxito no le llegó hasta pasados los 30 años. Me atrevería a decir que la popularidad le llegó cuando él quiso, ni antes ni después.

Si echamos la vista atrás, Pau ha estado los últimos cinco años despidiéndose de nosotros, avisando que la vida se le escapaba, pero siempre con el mayor de los optimismos y su mejor sonrisa. La dignidad con la que se ha enfrentado a la enfermedad, ha sido una lección de vitalidad impartida por alguien que sabía que se tenía que marchar.

Su última canción Eso que tú me das es su mejor legado, que ha de convertirse en un autentico himno a la amistad y al respeto. Así vivió Pau.