Se ha hablado hasta la saciedad de las consecuencias de esta pandemia a nivel económico, social y sanitario, pero hemos compartido muy pocas impresiones sobre el impacto emocional que ha supuesto. El confinamiento ha afectado a nuestra estabilidad emocional, pero ha habido un rayo de luz que se ha convertido en la esperanza de nuestra salvación y en la cura de una terrible enfermedad: el miedo. El arte en general y Euterpe (musa de la música, cuyo nombre significa «la de buen ánimo») en particular han evitado que la clausura nos extirpe el último gramo de lucidez. El gremio de músicos es uno de los sectores más afectados por la pandemia, dado que han visto como todos sus compromisos se cancelaban e incluso ahora todavía vislumbran un futuro inmediato incierto. Algunos sólo se acuerdan de la cultura cuando la necesitan para evadirse, para impresionar o para arañar algún voto, pero es algo que siempre está ahí impertérrito aguantando el chaparrón del desinterés con la que es regada por la mayoría de administraciones. Junto con el lenguaje, la creatividad es uno de los elementos diferenciales del ser humano respecto del reino animal. Potenciar esta faceta nuestra supone algo más que disfrutar de un momento esporádico de placer y refugio; significa sentar las bases de una sociedad sensible y crítica que sepa escapar de los meros impulsos. En definitiva, el arte nos invita a pensar y hace que seamos más impermeables a los bulos, las mentiras, las teorías conspiranoicas y los populismos. Igual que vamos a los bares y tiendas para apoyar el comercio local, es hora de echar una mano a nuestros artistas locales y ayudarlos con un acto tan sencillo como acudir a sus eventos y disfrutar de su talento. La Administración tampoco está exenta de responsabilidad en esta tarea.