Hace unos años, cuando me casé, vinieron a la boda amigos y familiares desde la Península. Entre ellos mis primos de Zaragoza y todos se alojaron en el Hostal Marí de Sant Antoni, un lugar familiar y acogedor muy cerca del West End. Era un 10 de mayo, el día antes de la boda, y tras cenar fuimos a dar una vuelta por la zona. Nunca olvidaré su cara de susto, sorpresa e indignación al descubrir el West End. Ninguno de mis primos se asustan fácilmente sino más bien al contrario. En las fiestas son los primeros en animar el cotarro y añadir jarana a la celebración. Son de risa fácil, buen comer y beber moderado entre bromas de todo tipo. Sin embargo, aquello fue demasiado. Mujeres muy ligeras de ropa, relaciones a la vista de todo el mundo y muchos turistas intentando encontrarse sus pies o sus cabezas ante la gran cantidad de alcohol y otras sustancias ingeridas. Gritos y empujones entre el idioma de la madre Gran Bretaña y grandes cantidades de basura. Les juro que no me lo invento. Es una realidad que verano tras verano se encuentran muchos ibicencos y turistas que deciden pasar la noche por allí.

Por ello puedo entender que el Govern haya incluido al West End dentro del decreto de turismo de excesos como también entiendo el enfado de algunos empresarios que abren todo el año intentando transformar la zona y entiendo que esté en juego la supervivencia de muchas familias si no abren. Pero tal vez, solo tal vez, sea el momento de plantearse un cambio de negocio y apostar por otro tipo de público. Dice un refrán español que de aquellos polvos estos lodos y realmente el lodo en el West End es enorme. Pero como todo en esta vida, se puede limpiar. Aún están a tiempo de apostar por otro tipo de negocio y público y demostrar que estaban equivocados al incluirles en una zona de turismo de excesos. En sus manos está.