Ela. Escrito así, resulta hasta un nombre propio bonito. Interesante. Atractivo. Sin embargo, en mayúsculas (ELA) esconde la crudeza de la Esclerosis Lateral Amiotrófica, una enfermedad que a día de hoy sigue sin tener cura, una especie de gota malaya que va apagando a los que la padecen y también a familiares y amigos de los diagnosticados. En plena pandemia por el Covid-19, el cáncer, cómo no, ha seguido arrancándonos seres queridos. Y otras enfermedades han seguido fichando piezas para su caprichoso equipo. La semana pasada fue Juan Carlos Unzué el que nos dio una lección de vida. El exfutbolista y ya extrenador anunció su fichaje por un equipo de luchadores. «Mi etapa como entrenador ha terminado. Voy a firmar por un equipo modesto pero muy comprometido, el de los pacientes de ELA. Somos unos 4.000, el mercado de fichajes tiene mucho movimiento porque cada día sumamos tres caras nuevas al equipo pero cada día, también, perdemos a tres compañeros a causa de la ELA». Así, sin anestesia, encaró Unzué el diagnóstico de una enfermedad que es la crónica de una muerte anunciada. El ELA sigue sin cura y solo algunos medicamentos ralentizan su vertiginoso avance. El cancerbero se suma a un equipo que ya cuenta con otros grandes ejemplos como Carlos Matallanas. El periodista agradeció a Unzué el paso dado para potenciar la investigación y «compartir vestuario en un equipo» en el que Matallanas es «un veterano» y Unzué «un juvenil». Un equipo en el que también está Jordi Sabaté con su vitalidad y humor socarrón, a pesar del ELA. «Ayer pude gozar de una experiencia muy placentera. Pude disfrutar de la agradable compañía de una abeja en mi cama. Ver cómo se paseaba rodeando mis piernas y mis pies fue precioso. Suerte que no me puedo mover porque si me hubiese movido me habría puesto fino”. @pons_sabate Un ejemplo vital.