El ritmo vertiginoso con el que vivimos nuestros días hace que en cuestión de una semana el personal se ha olvidado de las decenas de miles de muertos y de los cien días de estado de alarma. Las sombras de los temidos rebrotes están ahí y son alargadas, pero la soga de la economía aprieta, cada vez más, y la entrada del verano nos ha confirmado que la pomposamente bautizada como ‘nueva normalidad’ no es más que una prolongación de la presunta normalidad que teníamos hasta principios de marzo.

Las urgencias y las necesidades de antaño han vuelto a traernos a grupos de personas arribadas desde el norte de Argelia, gentes que se juegan la vida previo pago del canon a las mafias de la inmigración. Y más ‘normalidad’: a pesar de las restricciones sanitarias impuestas, la temporada de verano ya ha tenido un primer ‘openning’, una fiesta privada en la que triunfó la amnesia.

Durante la etapa dura del confinamiento, numerosas voces trasladaron la idea de que del torbellino de buenas intenciones saldríamos «mejores personas». La ‘nueva normalidad’ nos demuestra que la cosa ha empeorado. Los incívicos siguen ahí y se multiplican en conceptos básicos. En el tramo de ses Figueres lo comprueba uno a diario con los excrementos abandonados que esperan el paso de un samaritano. Lo del uso y abandono de las mascarillas es harina de otro costal porque hay que estar pendiente del BOE diario. Y en las redes sociales el nivel de ruido es cada vez más elevado. Abundan los magisterios de periodismo de personas que, generalmente, no aprueban en su quehacer diario. Lo triste es que, ‘Escolares’ y ‘políticos’ al margen, la profesión periodística se castiga día a día desde dentro, convirtiéndolo en un funcionariado donde no se respeta ni el viejo código de citar la fuente. Cosas de la amnesia.