Sonia Escribano. | DANIEL ESPINOSA

Que no se me olvide el boli (más de uno por si uno falla, porque no se pueden pedir prestados), la calculadora, el agua, los apuntes…. la mascarilla… Lo tengo todo. Los nervios de estos días se complican un pelín más con toda la situación de control que también marca el ritmo de una selectividad diferente. Veo a los chicos llegar a un recinto ferial que estos días se transforma un poco en un hospital de campaña estudiantil, con todo muy controlado, mucho más acotado, profesores, alumnos y hasta Policía Local andan vigilantes y vigilando que se cumplan los protocolos. Y dan ganas de besar a cada uno de estos jóvenes que contra viento y marea, después de lo mal que lo han pasado estos meses, se enfrentan a los exámenes que decidirán su futuro, en una isla donde lo de estudiar está sobrevalorado y donde el esfuerzo titánico de los padres para que sus hijos puedan cursar una carrera, muy poco recompensado. Y de verdad que se me encoge el corazón al recordarme a mí misma y a mi hermana con esa edad en el polideportivo de Blancadona, el calor que hacía, los nervios, las preguntas que nos pusieron (cayó Hume en Filosofía contra todo pronóstico, ni Platón, ni Aristóteles, ni Descartes, ni Kant) las horas entre examen y examen estudiando en los pocos rincones que había a la sombra. Los chicos de esta selectividad del COVID además de todo esto, recordarán las mascarillas, las desinfecciones, los controles. Son la primera generación de españoles (no sé si será la última, lo dudo mucho) que se enfrenta a una selectividad con la cara tapada. Y tengo que reconocerles a todos ellos el esfuerzo, las ganas y lo bien que lo han hecho porque nos han dado una lección a todos. Han sabido estar y comportarse con mucha más seriedad y responsabilidad que muchos adultos que conozco. Gracias chicos y mucha suerte a todos.