El capítulo 13 de San Mateo suele llamarse el de las parábolas. Las parábolas son comparaciones prolongadas para que sus oyentes comprendan lo que el Señor quiere dar a entender. En este capítulo encontramos hasta siete parábolas de Jesús. Hoy, el Señor nos habla de la parábola del sembrador. Con este modo de hablar Jesús atrae la atención de los que le escuchan. A través de las cosas más elementales de la vida, los ilumina para que conozcan y aprecien las realidades más esenciales y profundas. Jesús revela de una manera gráfica las riquezas de la vida, la vida de la Iglesia. No basta escuchar la palabra de Dios, es necesario cumplirla. «Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen, dice el Señor».

Las exigencias de la fe y hasta el misterio de Dios es la narración de un suceso imaginario del que se deduce una enseñanza moral. Jesús en su predicación tuvo en cuenta las disposiciones diversas de sus oyentes a los que hace alusión en la palabra del sembrador. Dice Jesús: salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino, otra en pedregal, otra cayó entre espinos, otra cayó en buena tierra y dio fruto. Una buena tierra significa las buenas disposiciones de los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica. Dios siembra en el corazón del hombre la divina semilla que es Jesucristo. Y a Jesús podemos aceptarlo o rechazarlo. El Señor no impone su doctrina salvadora, si la acepta debe ser con amor y gratitud.

De la parábola del sembrador podemos sacar estas consecuencias: Jesucristo amó a los hombres hasta dar su vida para salvarlos a todos. En segundo lugar, la forma literaria de la parábola es de suyo eficazmente didáctica y aclaratoria, su finalidad es enseñar; finalmente, el desprecio de la gracia divina es algo culpable que , en verdad, merece castigo, pero Jesús no vino a condenar sino para salvar. Nuestro Señor explica a sus discípulos el sentido de la parábola, porque tienen fe en Él y desean conocer mas a fondo su doctrina. Jesús nos dará un conocimiento mas intenso y profundo de las verdades divinas. Dios concede la gracia y el hombre corresponde a ella libremente. Los discípulos, que durante la vida pública del Señor, tuvieron la dicha de verle y tratarle, siempre recordarán su suerte singular de poder predicar a Cristo, al que habían oído, al que habían visto, al que habían contemplado y tocado con sus propias manos después de su Resurrección. Esa gran dicha que tuvieron los discípulos del Señor, no fue por sus propios méritos personales, sino por los designios de Dios que juzgó oportuno haber llegado al cumplimiento del Antiguo Testamento. De todos modos, Dios, concede a cada uno sus oportunidades de encuentro con Cristo.

Nuestra vida cristiana se compendia en buscar a Cristo, encontrar a Cristo, amar intensamente a Cristo.

¡Alabado sea Jesucristo!