El Evangelio de este domingo nos habla de tres parábolas: la de la cizaña, la del grano de mostaza y la de la levadura. El final de la parábola de la cizaña explica en figura, la misteriosa permisión temporal del mal por parte de Dios y su extirpación definitiva. Lo primero se está dando en la tierra hasta el final de los tiempos. Por eso no cabe escandalizarnos de la existencia del mal en este mundo. La segunda no se da en esta tierra, sino después de la muerte; por el juicio (la siega) unos irán al cielo y otros al infierno.

La parábola del grano de mostaza hace alusión a la universalidad y crecimiento del Reino de Dios: la Iglesia, que acoge a todos los hombres de cualquier clase y condición y en todas las latitudes y tiempos, se desarrolla constantemente a pesar de las contrariedades, en virtud de la promesa y asistencia divinas. Respecto al grano de mostaza significa la predicación del Evangelio y de la Iglesia. Con unos medios muy exiguos llega a extenderse por todo el mundo. Hace alusión obviamente a la universalidad y crecimiento del Reino de Dios. La levadura es también figura del cristiano. El que vive la fe de Jesucristo logra con su ejemplo y sus palabras ganar muchas almas para Dios. Nunca faltará a la Iglesia la asistencia del Espíritu Santo.

Todos tenemos la necesidad de ser sencillos y dóciles al Evangelio. La Iglesia está integrada por buenos y malos, por justos y pecadores. Todos viven entremezclados hasta el tiempo de la siega, el fin del mundo, cuando Jesucristo, constituido juez de vivos y muertos separará a los buenos de los malos en el Juicio Final. Los buenos alcanzarán la gloria eterna, en cambio, los malos sufrirán el fuego eterno del infierno.

La conclusión práctica es evitar lo que ofende a Dios – el pecado-, y practicar lo que le complace.

Amar a Dios y por El, amar a los demás.