El último pleno sobre política general en el Consell d’Eivissa fue un ejemplo cristalino del estilo de cada miembro de la bancada. Empezando por abajo, la máxima aportación de la consellera no adscrita Marta Díaz fue combinar la mascarilla con el vestido y presentar sus propuestas de resolución con faltas de ortografía, en línea con lo que ha venido haciendo durante este último año: limitarse a cobrar. Por su parte, Viviana de Sans hizo gala de su legendario histrionismo vacuo consistente en el aspaviento, el grito y el ataque estéril. Criticó sin aportar y demostró, una vez más, que se siente más cómoda en la oposición gesticulando que en el gobierno trabajando. En contraposición, el socialista Vicent Torres dio un ejemplo de lo que debería ser el trabajo de oposición: apretó sin faltar y exigió sin caer en populismos absurdos. Su tono sosegado le confiere un talante respetuoso que suaviza la tensión del debate, algo que es de agradecer en estos tiempos de cuñadismo. Algo similar le sucede a Javier Torres de Ciudadanos, quien trabaja sin hacer ruido, avanza sin molestar y parece haberse integrado a la perfección en el equipo de gobierno. A pesar de estar en el partido y ostentar la cartera que menos alegrías le podrían dar, está consiguiendo dar pequeños pasos hacia un mejor transporte público. Finalmente, Vicent Marí y Mariano Juan acreditaron estar para gestionar y dejaron claro que no se fueron de Santa Eulalia para hacerse fotos, lucir modelitos o anunciar cinco veces el mismo proyecto ante la prensa, como sus antecesores. Hemos pasado de un ejecutivo centrado en industrias de escaso impacto económico a uno centrado en desatascar, en defender un turismo de calidad y en reivindicar el sector primario. Todo ello a pesar del yugo amordazante del COVID-19.