Durante muchos años me tocó hacer un seguimiento de las vacaciones de la Familia Real en Mallorca. Eran informaciones previsibles, oficiales, donde solo se contaba lo simpático y campechano que era Juan Carlos I, lo amable que se mostraba la reina Sofía y lo mucho que amaba Mallorca, y lo deportistas que eran sus hijos. Estoy por decir que los periodistas hubiésemos pillado a Juan Carlos robando en un supermercado en la isla y nadie hubiera publicado ni una línea. No se sabe el motivo pero existía un pacto generalizado entre los medios de comunicación donde la Familia Real era intocable. En Mallorca todo el mundo conocía quien era Marta Gayá, la ‘amiga’ de Juan Carlos I, y eran muchos los que estaban al corriente de las juergas del monarca durante sus vacaciones. Nada de eso se contaba y todos callábamos. Todo cambió cuando estalló el ‘caso Noos’ y los fiscales apuntaron a Iñaki Urdangarín. A partir de ese momento los periodistas cambiaron el guión oficial, y la autocensura, para empezar a informar sobre la Familia Real igual que lo hubiesen hecho sobre el presidente del Gobierno o el alcalde de cada municipio. Por lo tanto, somos culpables de haber alimentado una monarquía sin ningún tipo de control, una situación totalmente diferente, por cierto, en otros países europeos. Reino Unido es el mejor ejemplo de cómo los medios fiscalizan a la monarquía igual que a los políticos. Dicho esto, convendría calmar un poco el debate y no intentar sacar provecho tan rápido sobre la situación que vive el rey emérito. Porque imagino que las acusaciones de la tal Corinna deberán estar respaldadas con pruebas, y las cintas de Villajero tendrán que demostrarse igual que las denuncias difundidas por el ex comisario contra políticos. Y los que quieran cambiar el sistema político e impulsar una república, que están en su derecho, que lo hagan a través de los cauces legales, en el Congreso, y que se vote. Aprendamos de nuestra historia. Y de nuestros errores.