En algunos escuece y en otros se impone el orgullo, pero en todo caso la visita de SS MM los reyes supone un evento histórico y una efeméride. Independientemente de nuestras convicciones monárquicas o republicanas, es siempre una buena noticia que Felipe VI decida pasar por nuestra bella isla, más si cabe cuando sufrimos los devastadores efectos económicos de la pandemia que todavía nos estrangula. Que el mundo vea al jefe de estado visitar nuestra necrópolis fenicia (la mejor conservada del mundo) o Sant Antoni es la mejor campaña publicitaria que podamos tener en tanto que se nos visualiza no sólo como un destino turístico seguro, sino como uno que alberga una extensa oferta de oportunidades que van más allá del ocio: cultura, tradiciones, paisajismo, actividades náuticas, etc.

Sólo le ha faltado pasar por alguno de nuestros excelsos restaurantes y degustar los productos de temporada de nuestra huerta y ayudarnos a decir urbi et orbi que somos un destino gastronómico sin igual, esperemos que lo haga la próxima vez que se anime a pisar suelo pitiuso. Un solo mordisco de nuestro meló eriçó o una refrescante ensalada de tomate, cebolla roja y pebrera blanca harían que Don Felipe descubriera que somos una tierra salada llena de un sabor capaz de encandilar al más incrédulo.

Pero la visita de Su Majestad no sólo nos sitúa en el mapa, sino que retrata a nuestra incombustible clase política. Era previsible que partidarios y detractores se apresuraran en convocar sendas concentraciones para tener su minuto de gloria y figurar en la foto que ilustrará la imagen de la Familia Real en la isla.

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En PODEMOS saben que Felipe VI y Leticia no son los únicos reyes que pisarán Ibiza, porque ellos son los monarcas absolutos en el reino de la impostura, el aspaviento y el ridículo. Junto con la casi difunta Ara Eivissa, proclaman que «Ibiza es republicana» y que «en Sant Antoni los ciudadanos pasean y los reyes sobran», aunque a juzgar por sus resultados electorales me temo que la ciudadanía ibicenca a quien relega a la residualidad es a ambas formaciones y no al Jefe del Estado.

Su comportamiento infantil no sólo pone de manifiesto su escasez intelectual, sino su nulo sentido de la vergüenza y de la responsabilidad. Recibir a Don Felipe VI no es un acto de sumisión a una dinastía, sino una muestra de respeto a la máxima institución del Estado.

Los españoles nos dimos la mano en un modelo constitucional que nos ha traído el mayor periodo de paz y prosperidad de nuestra historia reciente, algo que aterra y enerva a los agitadores que braman contra el “régimen del 78”. Da la casualidad que algunos de los países con unas democracias más plenas son monarquías (Reino Unido, Dinamarca, Bélgica, Noruega, Suecia o Países Bajos), mientras que los países azotados por el comunismo son dictaduras en las que la libertad es una utopía. Los morados deberían centrarse menos en berrear contra la monarquía parlamentaria y más en explicar su presunta financiación ilegal o el sobrecoste millonario de las obras de su sede.

La Monarquía debe ser una institución ejemplar para que no se abra una brecha social entre republicanos y monárquicos que nos lleve a un enfrentamiento dialéctico estéril que nos despiste de otras cuestiones mucho más apremiantes. El sometimiento a la sana crítica y al control democrático de los poderes del Estado es lo que debe orientar a Felipe VI a ensalzar los aciertos de su padre y a evitar sus errores. Mientrastanto, que venga siempre que quiera a Ibiza y nos ayude a reivindicar nuestra cultura, nuestros productos, nuestra magia y nuestra esencia.