En estos tiempos que nos toca vivir son muchas cosas las que han cambiado. Para un amante de los deportes como yo, apenas tiene sentido la locura de calendario en la que se ha comprimido el mundo del deporte. Quizás sea que con el verano uno también anda más despistado, pero me llevé una sorpresa cuando el martes cogí el móvil y leí en un grupo de whatsapp que igual este año el PSG gana la Champions. Estamos en agosto y sí, ayer también había Champions. No solo el fútbol vive en esta compresión temporal. A la vez que se están jugando las fases finales de las competiciones europeas, otros equipos ya han empezado a entrenar con todas las medidas de seguridad.

El deporte, esa fiel pasión que me lleva acompañando desde mi niñez, me abruma. Hay demasiadas cosas en tan poco tiempo y el disfrute de antaño se me hace casi obligación. Me sobrepasa en estos días en los que también hay playoffs de la NBA. Qué mágico era en la etapa universitaria, para un noctámbulo como yo, dejar los apuntes a las tres de la mañana para ver al señor Pau Gasol intentar llevarse un anillo. Y todo esto me descoloca. Es agosto, tiempo de los Juegos Olímpicos, no estoy preparado para otras competiciones. Empiezo a ver cómo aparece por la esquina el Tour de Francia. Con retraso, ya no habrá una etapa épica el 14 de julio, ese día que los franceses marcan en rojo, su día de la nación. Esa jornada que hace unos años solía estar diseñada para que Virenque intentase dar una alegría a los suyos. Habrá emoción, claro que la habrá. Es el Tour, por favor. Pero no es lo mismo. Son muchos años con esas rutinas que marca un calendario deportivo que la COVID ha saltado por los aires. Alguno dirá, con la que está cayendo, que lo que les cuento no es importante. Tienen razón, pero como dijo aquel: el fútbol, o en este caso el deporte, es la cosa más importante de las cosas menos importantes.