Sin lugar a dudas estamos atravesando por días de preocupación si nos atenemos al constante aumento de rebrotes y nuevos afectados por coronavirus. Las cifras que día a día se van conociendo nos acercan peligrosamente a los baremos de los meses del estado de alarma y ello viene provocado en buena parte por un exceso de relajación social frente a la pandemia, complementado con una alarmante falta de previsión en la toma de decisiones por parte de las diferentes administraciones.

Todo ello parece no afectar a un sector de nuestra sociedad y algunos se empeñan en seguir un camino equivocado, que solo nos puede acabar abocando a lo que sería, en todos los sentidos, un catastrófico nuevo confinamiento.

Parece mentira que la irresponsabilidad, o más bien la estupidez humana, lleve a algunos a convocar actos tan peligrosos para el presente y futuro de nuestra sociedad, como las recientes manifestaciones convocadas por unos pocos descerebrados, que ponen en peligro al grueso de la población. Grupos de conspiranoicos o mentes perturbadas que se niegan a rendirse a la evidencia y que solo tienen afán de protagonismo por motivos muy diversos. Otros ejemplos de absoluta falta de responsabilidad de estos grupos de desquiciados son las celebraciones de determinados triunfos deportivos como si aquí no pasara nada o las juergas multitudinarias diurnas o nocturnas sin tener en cuenta las negativas y peligrosas consecuencias que ello acaba teniendo en sus entornos.

Igual de criticable y reprobable resulta la actitud de todos aquellos que conociendo la obligación de llevar puesta la mascarilla en la calle y en cualquier lugar público abierto o cerrado siguen empeñados en burlarse de la normativa y ponen en peligro al resto de la población. Esta actitud es nuestro día a día en todas partes y basta darse una vuelta por nuestra ciudad a cualquier hora para ver la cantidad de gente que la lleva en la muñeca en el codo o en la papada en lugar de cubrirse la boca y nariz como es debido.

Por todo ello, cada vez se resulta más evidente la falta de eficiencia de la administración para ponerle coto a todos estos desmanes. Actitudes que ponen en peligro el bienestar de nuestra sociedad deben dejar de ser tratadas ya como meras anécdotas. Hay que exigir una mayor vigilancia y la ciudadanía en general no puede tener la sensación de que cada uno puede hacer lo que le dé la gana. No se puede pasear por nuestra ciudad y darse cuenta que no se ve a un solo policía que controle y vigile el estricto cumplimiento de la normativa. Hay que hacer que el infractor se sienta acosado, que se de cuenta que no se puede confundir la libertad con el libertinaje y que sepa que si lo hace será sancionado con la máxima dureza que permita la ley.

La misma contundencia hay que aplicar con esos empresarios egoístas que lo único que son capaces de ver es el mayor o menor rendimiento económico de sus negocios. Hay que actuar con dureza con estos irresponsables, como por ejemplo el propietario del restaurante El Pirata de Formentera, o los de algunos locales de ocio tanto de Vila como del resto de municipios, que no sólo resultan ser un peligro social sino que son verdaderas bombas de relojería para todos aquellos negocios que con esfuerzo sí cumplen con la normativa vigente.

Hace falta mucha mas vigilancia. No puede ser que un día por una visita real se desplieguen todas las fuerzas de seguridad necesarias y, al día siguiente, no veas a nadie vigilando nuestras calles. Da la sensación que la seguridad de la población, en general, no le importa a nadie.

Hay que aparcar la permisividad a la hora de velar por el cumplimiento de las normas sanitarias. Se debe acabar lo de informar y no sancionar a todo aquel que infrinja la ley porque no hacerlo solo acaba dando alas a los infractores.

Poner en peligro al grueso de la sociedad debe empezar a ser tratado como lo que es: un delito contra la salud pública y quien comete un delito debe ser debidamente castigado. Quien quiera manifestarse en contra del uso de la mascarilla o crea que su derecho a emborracharse está por encima de todo, que lo haga en su casa o que se atenga a las consecuencias. Hay que dejar de hacer caso a gobernantes desequilibrados como Trump o Bolsonaro y a personajes venidos a menos como Miguel Bosé.