¿Por qué llegan a España miles de menores extranjeros no acompañados que deberían estar escolarizados en sus países y bajo el cuidado de sus padres? Ni lo sé, ni muchísimo menos lo entiendo.

La razón nos dice que si encontramos un menor perdido de inmediato demos los pasos necesarios para que este se reúna de manera inmediata con los suyos. No es menester tener un coeficiente intelectual superior a 160 para deducir que un niño es en su entorno social y cultural cotidiano, arropado por sus familiares y en el lugar donde vive habitualmente en el que debe estar y crecer. Sé que me dirán los abonados a los ejemplos extremos; pero... ¿y si el angelito vive en un entorno horrible, desestructurado y los padres son unos monstruos y lo maltratan? A lo que responderé, entonces, serán sus parientes más cercanos los que deban preocuparse por él y, de no tenerlos, deberá recaer dicha responsabilidad en los allegados más lejanos y si se diera la improbable casualidad de que el crío fuese fruto de la generación espontánea (pese a que dicha teoría ya la refutase Redien 1668) y no contase, ni con los unos ni con los otros para ejercer de tutores, el sentido común nos indica que debería ser el país de origen el que se hiciese cargo de cuánto cuidado necesitase el menor para desarrollarse como un ciudadano normal.

Claro, eso es lo que nos sugiere la lógica a las personas normales, a los ciudadanos de a pie, pero no lo que parece dictarle al Gobierno de España que gasta ingentes cantidades de dinero en hacerse cargo, con muy poca fortuna a tenor de los resultados (sobre todo en lo que a integración y adaptación se refiere), de unos niños que ni le pertenecen, ni en ningún caso tiene porqué cuidar sabiendo perfectamente donde está su origen, sus parientes y, por supuesto, las instituciones que deberían asumir esa función porque es obligación y competencia suya. Soltaré unos cuantos datos estremecedores; España es el segundo país de Europa en cuanto a pobreza infantil, un tercio de nuestra infancia vive bajo el umbral de la pobreza y, por último, somos el país de Europa que menos ayudas da por hijo (¡de esto, con una familia numerosa, doy dolorosa fe!). Siendo la situación la que es, la lógica y la razón, el sentido común o la sensatez, cualquier concepto me vale pese a ser tan escaso entre nuestra clase dirigente, debería desvelarnos, sin necesidad de razonarlo ni siquiera veinte segundos, que no estamos precisamente para cuidar los niños de otros cuando en tal desamparo tenemos a los nuestros.

Claro, también pudiera ser, que a lo mejor las mentes preclaras que nos gobiernan no lo creyesen así y puesto que son capaces de recorrer media Europa travestidos en los dicharacheros mendigos del Sur para trincar 140.000 millones y asegurarse que no decae la fiesta de la garrapata, el cargo nuevo y el funcionario estéril y acto seguido, nada menos que al día siguiente de asegurarse tamaño botín (como el bravucón embriagado que invita a beber lo que quieras en la fiesta que ha organizado y pagado otro), se complace en anunciar sin una sola mueca de rubor, ni una sola, que va a donar 1700 millones de euros a países en vía de desarrollo afectados por el Covid 19 (¡siesos son los requisitos para donarlos se me antoja que no debería salir ni un solo céntimo de España!), pues digo yo, que no les vendrá la cosa de tener varios miles de niños más deambulando desamparados por los barrios humildes, esnifando cola en los parques, asaltando señoras mayores y turistas, ocupando pisos y blandiendo machetes y navajas con la misma naturalidad que en las películas antiguas de artes marciales o romanos.

Total, el multiculturalismo enriquecedor también puede traernos algunos inconvenientes que se desvanecen en nada ante la certeza de que acabarán por pagarnos las pensiones. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué no firman convenios de devolución inmediata para que regresen con los suyos? ¿Por qué pese a la creciente delincuencia vinculada a ese colectivo y las manifestaciones de rechazo del pueblo hacia ellos los seguimos acogiendo? ¿Por qué teniendo tantos ejemplos de lo difícil que resulta la integración de ciertos colectivos de culturas diametralmente diferentes continúan llegando sin parar a nuestras costas y se encuentran en muchos casos con beneficios que ciudadanos españoles que han cotizado toda su vida no poseen y que solo actúa como efecto llamada para que sigan viniendo más? ¿Tendrá algo que ver en tal predisposición a la acogida las incontables ONGs, organismos, mafias o cantidades estratosféricas de dinero que órbita alrededor de los centros de acogida, su gestión y entramados relacionados con el Welcome (¡Sí, Welcome, pero no en mi casa, mejor en la casa de vecino!).
El monarca alahuita acaba de comprarse un yate valorado en 90 millones de euros (ojo, que ya tiene otro), posee un patrimonio inmenso, doce palacios, 600 coches y una fortuna superior a los 5.000 millones de euros, viaja siempre con un séquito de 300 personas y mientras nuestro país gasta un 3.09 % de su PIB en Defensa, nuestros vecinos del sur invierten nada más y nada menos que un 10.48% del suyo según datos del año 2018... ¿Y somos nosotros los que tenemos que cuidar a sus súbditos menores de edad cuando no podemos cuidar con dignidad a los nuestros? Que baje Dios y lo vea, porque el Gobierno, nuestro, tan inexistente y fantasmal como su Comité de Expertos, no dice ni hace nada al respecto, inacción que bien pudiera obedecer a que todas sus energías estén orientadas exclusivamente a planificar la próxima ofensiva de la batalla del Ebro.

PD. Poco le puede interesar la suerte de unos niños desamparados a los que ante un caso flagrante de abusos y violaciones en un centro de acogida de Palma se niega a que se abra una Comisión de investigación. Será otra cosa, pero preocupación por el futuro de esos niños, que pese a lo que afirma Podemos, no son los nuestros, seguro que no es.