El martes a las 17.00 horas más o menos mi prima Cristina, de Zaragoza, nos mandaba un wass para decirnos que tenía un nuevo nieto. Su hijo Fernando y su mujer Patri eran padres de su segundo hijo. De madrugada había venido a este mundo el pequeño Alejandro y la foto del pequeño era la viva imagen de la tranquilidad.

Dormido y tan guapo daban ganas de darle un achuchón tremendo y presentarse en Zaragoza cuanto antes para darle un abrazo enorme a mi primo y su mujer y transmitirles todo el cariño que se merecen. Pero de repente reparé que no, que eso ahora es imposible. Que ahora con esta maldita «nueva normalidad» y mientras el coronavirus sigue campando a sus anchas está prohibido eso de darse un abrazo o un beso.

Me vino a la mente entonces como habría sido ese momento tan bonito que siempre viene después a ser padres y en el que recibes la visita de los orgullosos abuelos, hermanos y primos. Como habría sido eso de felicitar a la esforzada madre chocando el codo o el hombro. Y como habrá sido eso de tener que entrar en la habitación de uno en uno para dar la bienvenida al precioso Alejandro.

Ni idea la verdad pero seguro que habrá sido raro, muy raro y, para que les voy a engañar, seguro que también algo triste dentro de la alegría lógica que supone la venida de un nuevo peque a este mundo. Y más teniendo en cuenta como son de familiares mis primos, famosos en el mundo entero por sus primadas y sus encuentros, en los que siempre uno es bienvenido y siempre se siente casi mejor que en casa. Pensé en esas cosas pero luego, rápidamente cambié el chip y me di cuenta que a pesar de todo y de lo mal que está el mundo es un lujazo tener un primo nuevo en la familia. Y además, conociendo a los padres, a los abuelos y a mis primos, será un tipo feliz, divertido y buena persona. Bienvenido Alejandro. Gracias por darnos un nuevo motivo para sonreir cada mañana.