En la ruleta del confinamiento la bolita cayó sobre el Eixample de Vila, como podría haber caído en cualquier otro barrio. Esta nueva modalidad absurda de encerrar una calle pero no la contigua es una invención de la consellera Patricia Gómez que tiene como único objetivo demostrar que siempre se puede hacer peor. Durante el estado de alarma no se había privado a los ciudadanos no residentes en Vila de poder acceder al Mercat Nou, pero ahora la todavía consellera de salud ha decidido que en él hay más riesgo de contagio que en las grandes superficies que concentran cinco veces más consumidores. Lo peor es que nos pretende vender como buenas unas medidas que no están sujetas a ningún control y que tan sólo sirven para ahuyentar y cercenar la economía local. No en vano, uno podía pasear estos días tranquilamente por el Eixample presuntamente confinado sin percibir el mínimo atisbo de Policía Local, salvo cuando las cámaras retransmitieron la sonora protesta de los comerciantes, momento en el que fueron enviados a posar y fingir que estaban haciendo algo. El grito desesperado de las víctimas de una consellera que deambula por la enajenación debe de haber carcomido el cerebro del alcalde de Ibiza que se atreve a responsabilizar a la oposición del levantamiento de los comerciantes y de que Vila esté entre las 15 ciudades con mayor porcentaje de contagios. Él dicta desde la cima de su arrogancia quien puede hablar y quien debe ser ajusticiado por atreverse a cuestionar unas medidas tan arbitrarias como nocivas. Mientras el joven inquilino de Can Botino hace gala de su servilismo y su capacidad de sumisión, sus vecinos tienen que salir a protestar contra su verdugo porque nadie entra en sus comercios. Entre negacionistas e incapaces vamos de cabeza al abismo.