El Evangelio de este domingo nos habla de unos viñadores homicidas. Esta parábola completa la del domingo anterior. El Señor compara a Israel con una viña escogida y no escatima nada para cultivarla y embellecerla. La arrendó a unos labradores y se marchó de allí. Cuando llegó el tiempo de cosechar los frutos, envió a sus criados para recibirlos. Los viñadores a quiénes Dios había encargado el cuidado de su pueblo representan a los sacerdotes, escribas y ancianos que dominaban en Israel. El Señor confió realmente Israel a sus jefes. De aquí nace la responsabilidad de los labradores de la viña y de las cuentas exigidas por el dueño de la viña. Jesús, en la alegoría de la viña, nos enseña que cada uno debe dar cuentas de sus obras. «Dame cuenta de tu administración». Los viñadores no solo maltratan y matan a muchos que el dueño de la viña envía para que recojan los frutos debidos. Se trata de que, por último, les envía a su propio hijo y ¿Qué hacen entonces los malvados arrendatarios? Fuera de la viña crucifican al hijo heredero para quedarse ellos con la herencia.

Es el desatino, el disparate mayúsculo que pueden realizar los asesinos, es creer que ellos quedarán los dueños indiscutibles de Israel al matar a Cristo. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: «A esos malvados les dará una mala muerte, y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». Los crueles viñadores no piensan en el castigo: la avaricia y la ambición les ciega. Al citar al heredero que echaron fuera de la viña, se alude a Jesucristo al que crucificaron fuera de los muros de Jerusalén.

Cada persona tiene una misión que ha de cumplir con fidelidad. Que el Espíritu Santo nos ilumine para que veamos que en nuestra vida podemos y debemos hacer muy buenas obras.