Es poco frecuente que en el Parlament haya debates de nivel, dado que el nivel retórico de sus señorías es más bien escaso. De hecho, en su mayoría los plenos están cargados de intervenciones soporíferas, cuya audiencia se limita a los benditos periodistas que deben aguantar estoicamente los dislates para extraer el ínfimo interés del que gozan los mismos. Afortunadamente, hay honrosas excepciones.

Es el caso de la consellera de Agricultura y Pesca, Mae de la Concha (PODEMOS) quien, en un arrebato de lucidez, sacó la carcajada de la bancada popular al afirmar que le “parece muy feo matar a las sirviolas enamoradas”. Este es el nivel de la máxima representante del sector pesquero en Baleares: suelta semejante sandez en sede parlamentaria sin que se perciba en ella el menor atisbo de rubor; prueba de que la vergüenza no habita donde reina la ignorancia. Más allá de la anécdota, dejó sin respuesta la intervención de la diputada e inspectora de pesca, Virginia Marí (PP), quien se preocupó por la captura masiva e ilegal de esta especie por barcos provenientes de la península que no respetan ninguna veda ni restricción. El sector primario tiene en su consellera una valiosa representante de curriculum ignoto para el escarnio y el bochorno, en línea con sus compañeros. Es vox populi que los consellers de la formación morada en el Govern son un mero atrezzo, unas meras marionetas sostenidas por unos hilos que penden de un jugoso salario. No en vano, uno puede comprobar como el vicepresidente, Juan Pedro Yllanes, vino del Congreso para dedicarse a la ardua tarea de inaugurar mercadillos al aire libre, mientras que a Isabel Castro todavía le piden el DNI en las Consejos de Gobierno porque no saben ni quien es ni que hace allí. Ellos tragan y Francina aplaude.