Hace algunos días, Javier, el patrón del velero charter Luziana con base en La Savina, navegaba con unas clientas desde Cala Saona a ses Illetes. Mar en calma, buena temperatura, un día estupendo para disfrutar de la navegación. Pero los navegantes se percataron de que una tortuga boba estaba en apuros, atrapada en un amasijo de plásticos, redes y botellas en una suerte de arte de pesca casero que le habría causado la muerte de no ser por la intervención de los ocupantes del velero.

Rescataron a la tortuga, avisaron al centro Vellmarí que se desplazó rápidamente para llevar al animal a puerto y al veterinario. Esta cadena de actuaciones salvaron la vida de Mónica, que es como bautizaron sus salvadores a la tortuga, esa cosa que tenemos costumbre de hacer los humanos. Mónica tuvo suerte. ¿Cuántas otras tortugas sin nombre no se encuentran con un velero rescatador? ¿Cuántos otros animales mueren por la acción del hombre que está inundando su hábitat de plásticos y mierda de todo tipo? La industria no lo pone nada fácil, todo tiene hoy en día un envase, millones de nuestros artículos cotidianos están elaborados con plástico. Pero nosotros somos los consumidores finales y si podemos sumar pequeños granos de arena, que en suma pueden ser enormes montañas de consumo responsable, que finalmente obliguen a la industria y a las autoridades a tomar en serio este asunto que de lo contrario acabará degenerando el planeta de manera irreversible. Algunos supermercados han cambiado las bolsas de plástico para fruta y verdura por el papel, un pequeño paso, pero muy importante.

Hay que cambiar de hábitos, si lo piensa bien el plástico no es tan cómodo como parece, y si no, pregúntele a Mónica.