Entre todos los comentarios que se han publicado sobre el “caso Hat” hay dos que me han llamado la atención. Una, que es impensable que Armengol pueda llegar a dimitir por irse de copas de madrugada en plena pandemia si no hubo ninguna renuncia por el escándalo de las menores prostituidas, un asunto que la izquierda balear intenta tapar desde hace meses. Dos, la propia Armengol tendría que haber tenido que avisar al propietario del bar Hat que cerrase las puertas a la una de la madrugada, tal y como ordenó su propio gobierno.

En lugar de eso estuvo una hora más de lo reglamentario en el bar, fue vista por los policías, y parece que intentó presionar para que el episodio no saliese a la luz. En cualquier país normal Armengol ya sería historia hace días, pero aquí nada de eso pasará. No solo no dimite como presidenta del Govern sino que lamenta que se haya hecho pública la historia. Si Ultima Hora no hubiese conseguido una fotografía del acta de inspección del bar, donde consta que el establecimiento no se cerró a la una porque estaba la presidenta tomándose un gin tónic, ahora mismo ni siquiera se conocería esta historia.

Recordemos que el acta original se extravió durante unos días, casualmente. Si vergonzante es la postura de Armengol, no mucho mejor papel está haciendo Podemos, tan exigente con la ética de sus rivales políticos y tan comprensivo con los suyos o socios de gobierno. Tampoco podemos estar muy orgullosos de cómo han reaccionado algunos medios de comunicación, que han intentado descafeinar la historia lo máximo posible, aunque con escaso éxito. Ni la disculpa de Armengol del domingo conseguirá que nos olvidemos de este episodio tan lamentable de copas y mentiras.