Hace apenas un mes, tras la arribada de un centenar de inmigrantes en la primera oleada de pateras que nos dejaba un octubre caliente, la delegada del Gobierno deslizaba que el panorama podría cambiar tras la visita del presidente Pedro Sánchez a Argelia.

Un mes después, la realidad es más cruda y las llegadas de pateras a las costas de Ibiza y Formentera siguen aumentando en un otoño extraño, en sintonía con el funesto 2020 que nos está tocando vivir. Ya sabemos que el discurso y relato político en muchas ocasiones nos pinta una realidad paralela. Lo cierto es que el gobierno argelino, como antaño hacía Marruecos, hace y deshace a su antojo y se pasa por el arco del triunfo el buenismo.

Al escuchar las declaraciones de Aina Calvo todavía tenía muy viva la conversación mantenida días atrás con el comandante jefe de la Guardia Civil en las Pitiusas. Enrique Gómez dibujó un panorama más pesimista y, por supuesto, ceñido a la realidad, sin artificios. Advirtió que la llegada de inmigrantes en pateras ya formaba parte del plan de trabajo diario de la Guardia Civil de Ibiza y Formentera. «Hace tres años, cuatro, era una cosa puntual; ahora es una realidad que está ahí y no se sabe cuando cesará».

La última gran oleada de pateras nos ha dejado desembarcos sonados como el de Talamanca y se ha saldado con la arribada de 174 personas en cinco días, una cifra sobresaliente que ha puesto a prueba a Guardia Civil, Policía Nacional, policías locales y Salvamento Marítimo, que han vuelto a resolver con nota la peliaguda situación. Ayer, los ayuntamientos y el Consell acordaron habilitar más espacios para acoger a los inmigrantes en cuarentena. El Hotel La Noria, las instalaciones de Cala Jondal y la carpa de Botafoc ya no son suficiente. Una vez más, la realidad se ha llevado por delante el relato de buenismo del Gobierno central.