Me sería sumamente sencillo descalificar de por vida a las dos fuerzas hegemónicas del Congreso de los Diputados con solo ir desglosando, como el que reza un rosario, los innumerables y gravísimos casos de corrupción que durante décadas han ido jalonando su epidermis sin, lo más asombroso de todo, provocar su desaparición definitiva de la vida pública española. Dejo a los sociólogos o, al programa de Iker Jimenez, la labor de campo de desentrañar qué clase de estupidez y anemia moral aqueja a una inmensa parte del electorado español para seguir depositando alternativamente su confianza y voto en el partido de Alí Babá y los cuarenta ladrones o, en su defecto, en el de los Hermanos Dalton.

No es mi intención la de tomar ese atajo fácil que ya de por sí bastaría para inhabilitar por los siglos de los siglos a dichas fuerzas políticas y prohibirlas por considerarlas asociaciones criminales creadas para delinquir. No, nada de eso, sarna con gusto no pica, pero no deja de ser risible que aquellos que tanta mierda acumulan en sus bolsillos y manos se permitan aludir a principios ideológicos o morales para descalificar con ese derroche de soberbia de matón de cantina a los contrarios. Y menos, cuando son estos los que te pagan casi todas las rondas en la fiesta.

Mi intención, la placenta donde se gesta este artículo, nos retrotrae a un par de semanas atrás cuando se presentó la Moción de Censura contra el Gobierno de Pedro Sánchez y el Señor Casado, travestido en el Gallo de Morón, apuntó toda su artillería contra la punta de su zapato en vez de contra los verdaderos enemigos de nuestra Patria.

Pero, una vez más, la derecha blandita, el centro reformador, los liberales conservadores, el centroderecha, los de estos son mis principios y si no te gustan, tengo otros… traicionaron (podían simplemente haberse abstenido y ahorrarse el bochornoso cortejo de Podemos y PSOE o el tener que retratarse junto al pelotón completo de los apátridas que sueñan con desmenuzar España) a millones de españoles que contemplan atónitos semana tras semana como la realidad Orwelliana del Gran Hermano chavista va tomando forma mientras se les amputa alguna parcela de libertad. Y es que produce verdadero sonrojo (¡Y a qué negarlo, asco, también!) que esa bola de billar que parece intentar jugar a todas las bandas, ese satélite que orbita sin control desde hace décadas en el espacio yermo de las encuestas, las cálculos electorales y las majaderías ideológicas del Arriola de turno (sometido a una refundación permanente y que cambia tan a menudo de rumbo político como de logo: hasta once diseños distintos se le conocen como si fuesen a engatusar a la gente a base de colorines), se arrogue la potestad de mirarnos por encima del hombro y acusarnos de lo que precisamente ellos carecen, principios. Y es que el PP tiene un auténtico problema, uno de los gordos, para desazón suya, VOX ha irrumpido dentro del panorama político español como un elefante en una cacharrería, con un estruendo que ha hecho temblar todo el establishment, a la casta antigua y a la nueva, sin ese miedo crónico de la derechita cobarde al qué dirá la Santa Inquisición del pensamiento correcto, las élites financieras, los burócratas de Europa, las ONGs parasitarias, los separatismos exaltados de la periferia (a los que tan buenos y nobles servicios les ha prestado cuando sus votos le eran indispensables para gobernar) o a los mamporreros del Nuevo Orden Mundial.

Y es que de la misma forma que durante décadas me preguntaba incrédulo: ¿pero cómo es posible que la gente siga votando de forma mayoritaria al PSOE en algunas comunidades autónomas como Andalucía o Extremadura elección tras elección cuando en todos los baremos sociales, económicos, laborales o educativos, siempre sacan las peores notas de la clase? De la misma forma y con igual asombro, me decía: ¿qué empuja al votante de derechas y supuestamente patriota a engañarse y creer que tras la siglas del PP hay una trinchera válida para defender una concepción política y moral de lo que debe ser España? ¿Es que acaso ignoran que fueron ellos los que precisamente cedieron a los nacionalistas catalanes las competencias en Educación con los terribles resultados que a la postre ha tenido, no saben que durante años estaba prohibido llevar banderas españolas a los actos en Cataluña para intentar ganarse al electorado moderado, ni que Vidal Quadras, el auténtico azote del nacionalismo, fue defenestrado a petición de Don Jordi Pujol Corleone tras el Pacto del Majectic? ¿Es posible que dicho votante desconozca que si el Grupo Prisa, el País y la Sexta se salvaron de la quiebra fue gracias a las intervención de esos dos genios de la estrategia, Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría cuyo resultado final ha sido que la casi totalidad de las televisiones e informativos queden a merced de la izquierda? ¿No sintió dicho ciudadano de orden un nudo en la garganta cuando los populares permitieron aquel primer referéndum por la independencia, el 9-N del 2014 que acabaría llevándonos al desafío mucho más grave de un Golpe de Estado en Cataluña el 1 de octubre del 2017? ¿No le pareció extraño que teniendo una mayoría absoluta no tocasen la nefasta Ley de Memoria Histórica, la ley del aborto de Zapatero que tanto habían criticado, acabase con las muchísimas ONGs parasitarias, los liberados sindicales de las mariscadas o intentase hacer cumplir las sentencias del Constitucional sobre la enseñanza del castellano en Cataluña? ¿No era dicha mayoría absoluta suficiente para intentar imponer un modelo educativo similar en todo el Estado y, sobre todo, concertar lo que debía impartirse sobre la Historia de España? Esas son las alforjas ideológicas y morales de los que nos critican sabedores de que nosotros no vamos a renunciar a ninguno de nuestros principios por treinta monedas de plata o por el apoyo de 15 diputados, ni vamos a arriar la bandera de España para que nos den palmadas en la espalda lo que precisamente trabajan para destruirla. Da igual, pasemos página, y si hemos obviado el tema delictivo, olvidemos, así mismo, su enclenque ideario político y su demostrada predisposición al desfallecimiento moral.

Y es que, para acusar de traidor a España y a su pueblo me sobra y basta con señalar a todo aquel partido que a estas alturas defienda el nefasto,costoso e inútil Estado de las Autonomías que solo sirve para que una caterva de parásitos improductivos nos robe y nos divida mientras intenta materializar sus sueños húmedos de llegar a nobles aunque solo sea en una Ínsula de Barataria independiente. Y ellos están en eso, y saben que es un modelo fallido que condena a nuestra Patria y a la inmensa mayoría de los españoles a la ruina y, como siempre, miran para otro lado y callan no sea que vayan a perder el cargo.