Un amplio colectivo de formenterenses lucharon durante años para exigir que la más pequeña de las islas tuviese un hospital propio, defendiendo el derecho de «poder nacer y morir en Formentera».

A día de hoy a todo el mundo le parece de lo más normal que un territorio aislado tenga un hospital para atender a sus miles de residentes y de visitantes, en caso de ser necesario. Además la buena gestión del Área de Salud de Ibiza y Formentera ha ido permitiendo que en los últimos años la cartera de servicios haya ido creciendo y prácticamente todas las especialidades más necesarias pasan consulta en la isla. Esto último hace todavía más inexplicable la situación que el sábado pudimos conocer en las páginas de este periódico. Tres residentes de la isla deben desplazarse tres veces por semana a Can Misses para poder someterse a la diálisis que les mantiene con vida. Francisco tiene 82 años y la movilidad reducida.

La ambulancia le recoge en La Mola para llevarle a La Savina a coger la barca, en Ibiza le espera otra ambulancia -hasta la que debe llegar en silla de ruedas- para llevarle a Can Misses. Allí pasa cuatro horas conectado a una máquina, para después hacer el viaje a la inversa. Carlos con 69 años y Tato con 62 son un poco más jóvenes, pero este despropósito condiciona totalmente su calidad de vida. El hospital de Formentera prestó en tiempos servicio de diálisis, hasta que un día se quedo sin usuarios y alguien decidió desmantelar la maquinaria, como si los ciudadanos de Formentera y sus visitantes estuviesen protegidos por una fuerza superior que les hace inmunes a las insuficiencias renales. Ahora son tres los pacientes que necesitan inmediatamente que se solucione este desaguisado inexplicable. Es una cuestión de justicia.