Recuerdo perfectamente el color de las risas de Chus y de Gloria mientras les cantaba impostando la voz mi particular versión del Blues de la Escalera. Ellas, que fueron uno de los mejores públicos de esta payasa de vocación, cantante de ducha y escritora de letra arrugada, siguen respondiendo hoy con el mismo candor de aquella tarde del 95 ante cada nueva ocurrencia de la niña que me habita y que suele salir de paseo cuando se cruza con sus miradas.

Puedo evocar, incluso, la ropa que llevaba mientras entonaba en bucle aquella estrofa en la que decía «a mis cuarenta y pocos tacos, ya ves tú, igual sigo de flaca, igual de calavera…», para acto seguido repetir sin tregua «igual de calavera y calavera, y ya ves tú…». Es curioso cómo esa cifra, que multiplicaba entonces mi edad por tres, me parecía en aquellos días irreal y tan lejana que se acercaba en mi imaginario más a la senectud al interpretarla que a la delgadez del propio intérprete. Porque en eso Sabina y yo hemos seguido caminos distintos y a mí cada década me ha regalado kilos en vez de restármelos, aunque, como a él, no es algo que nunca me haya importado demasiado.
El caso es que hoy no he podido evitar sacar de paseo una sonrisa al asumir que al final me he convertido en ese personaje rebelde que, traspasada la frontera de los 40, sigue haciendo lo que le da la gana sin rendir cuentas a los convencionalismos ni considerar triunfos lo que para el resto del mundo se supone que es lo correcto.

Ayer cumplí 42 tacos reivindicando mi concepto de «felicidad». No he tenido hijos, ni los deseo, vivo «en pecado», como dice mi madre, sigo creyendo que mis amigas son el mayor de los tesoros, y la lectura, pasear con mis perras por la playa o una buena copa de vino son los placeres que equilibran la balanza entre los días buenos y malos. Me encanta escuchar música a todo volumen, pintar, juntar letras, subirme a un escenario y saltar cuando bailo, y soy capaz de entonar el blues más azul sin salir de mi escalera. No necesito grandes cosas para sentirme llena, pero tampoco rechazo volar alto si así consigo respirar mejor y vibrar con más fuerza.

A mi edad mi madre volvió a trabajar porque ya tenía criados a sus tres hijos y necesitaba volver a sentirse útil, y supongo que el hecho de que yo carezca de prole hace que ella me siga viendo como si tuviese eternamente 20. Sea como fuere, yo cada día me siento más activa, así que supongo que no lo estaré haciendo tan mal y que el rumbo de esta brújula loca no va desencaminado. En realidad, yo misma siento también que no he cambiado mucho y que simplemente me he hecho más nítida y más real. No se trata de inmadurez sino de seguir siendo fiel a mis raíces.

Hoy, atravesar con paso firme la barrera de los 40 ya no es un símbolo de decadencia ni huele a rancio, y mucho menos a calavera. Es ahora, precisamente ahora, cuando nuestra piel nos encaja a medida sin importarnos su talla, las arrugas adquiridas con la experiencia ni que se descubran las fisuras de nuestras inseguridades y vacíos.

Yo hoy me siento libre para hablar sin temor porque el poder, como los dioses, solo se alcanza creyendo en él. Si no, que se lo pregunten a Stan Lee, quien creó el universo de Marvel al cruzar la cuarentena. Pónganse sus mascarillas, siéntanse súper héroes o súper heroínas salvando el mundo y repitan conmigo: hemos venido a la vida para cumplir no solamente años, sino también sueños. Feliz viaje.