El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de manera oficial desde el año 2000, cuando la ONU aprobó una Resolución que así lo establecía. Y a nivel local es el día de Santa Catalina, un día también de cierta relevancia para Eivissa dada la arraigada costumbre ibicenca de celebrar el día del santo casi más que el del cumpleaños, sobre todo entre las generaciones de nuestros mayores.

Y ustedes dirán, ¿qué tiene ver una cosa con la otra? Pues para mí, a nivel personal, tiene mucha porque era el día «grande» para mi madre Cati; y seguirán preguntándome ¿y qué tiene que ver una cosa con la otra? Probablemente empezarán a entenderlo si les digo que fueron mi madre Cati junto con mi padre Pepe los grandes referentes de mi vida a la hora de no permitir que «NADIE» me ningunease jamás, que nadie me maltratase en cualquiera de sus variantes por mi condición de ser mujer. Me inculcaron un profundo respeto a los demás (mi libertad empieza y termina donde empieza y termina la de los demás), un espíritu de trabajo sólido para luchar por lo que aspiro y lo que considero justo y, sobre todo, un profundo amor a las personas de mi vida. En resumen, me enseñaron a «querer bien» y a rodearme de personas que también «me quieran bien». Y me siento tremendamente afortunada por ello ya que hoy en día tengo por compañeros y compañeras de vida a personas que «me quieren bien».

Todos estos valores son los que hoy por hoy se han convertido en el «faro de actuación de mi vida» y que se rebelan ante todas las injusticias y lacras sociales, y muy especialmente en la que hoy tristemente todavía necesitamos reivindicar. Quien maltrata desde mi punto de vista no tiene cabida en una sociedad civilizada, pero aquellos hombres que lo hacen contra las mujeres tan sólo por el mero hecho de serlo, ya sea desde una la posición de superioridad física y/o económica, desde el desprecio a otra condición que no sea la propia o la misoginia, y siempre disfrazado de una pátina de «amor», que es cualquier cosa menos amor, ni tan sólo son merecedores del adjetivo «humano».

Podemos discrepar en las formas, podemos hacerlo desde diferentes tribunas, pero tengo el pleno convencimiento que será la unidad de toda la sociedad y de las instituciones la que nos llevarán a conseguir erradicar estos comportamientos execrables. Es importante que las nuevas generaciones sepan rodearse de personas que también las quieran bien y a identificar adecuadamente las señales de aquellos que no lo hacen. Debemos seguir trabajando en la educación para que todos los jóvenes encuentren en sus casas, en sus institutos o en sus grupos de amigos a «una Cati» y a «un Pepe» que les muestre el camino del respeto por todas las personas, y que les muestre que nadie es más que nadie, y que por «amor», muchas veces mal entendido, no todo vale.