Los datos sobre la actividad en el campo ibicenco son tan demoledores como preocupantes. Según el Informe de Sostenibilidad elaborado por Ibiza Preservation Found, nuestra isla ha perdido el 77% de superficie agrícola en tan sólo diez años. Esto significa que el abandono del campo avanza a pasos agigantados con los terribles efectos que ello tiene no sólo sobre el paisaje y la naturaleza, sino sobre la economía.

La principal industria de nuestra ínsula (el turismo) también requiere tener un entorno cuidado y bonito. Si los residentes queremos presumir y vender con orgullo nuestro paraíso no podemos permitir que la maleza y los pinos invadan bancales y terrenos de los cuales antaño nuestros antepasados se nutrieron. Para ello, es fundamental innovar, diversificar y formar a los que ven en el campo una oportunidad y no una carga.

En este aspecto, la Administración tiene un papel fundamental a la hora de apoyar al sector primario, no sólo en lo que se refiere a promoción, sino con ayudas directas e incentivos fiscales que conduzcan a los propietarios de fincas rústicas a cuidar de su bien. Mantener una finca es una tarea costosa que no todo propietario se puede permitir. Tendemos a pensar que los payeses son grandes tenedores de propiedades y riquezas, nada más lejos de la realidad, pues su sudor es el que ha impedido que Ibiza se vaya al traste de manera definitiva.

Algunos urbanitas focalizan en ellos todos los males de la isla, pero si conocieran la realidad del campo más allá de pasear por él los domingos, se darían cuenta de que la causa es otra. Estamos en la UCI a nivel agrícola. Apoyar el producto local para salvar Ibiza es imperativo. Con ello fomentaremos una economía circular y ayudaremos a nuestros payeses (incluso a los que producen bledes).