Hace algunos años, la sociedad se vió obligada a acuñar el término ‘generación ni-ni’ para describir a una parte importante de los jóvenes de este país que se habían encallado en una actitud en la que rechazaban estudiar y trabajar. A pesar de contar con la energía propia de la juventud, ningún proyecto parece entusiasmar a los miembros de este numeroso colectivo, que se muestran desvitalizados, apáticos y perezosos. Para muchos de ellos todo lo que no sea convertirse en concursante de un reality de la tele en el que se precise de poca materia gris o en un futbolista rico y guapo de los que declaran frente a las cámaras «El fumbol es asín», merece demasiado esfuerzo para poca recompensa.
Pero hay muchos otros jóvenes que se alejan de ese patrón desidioso y que merecen ser puestos en valor, para poder seguir creyendo en el futuro de la especie humana, más allá del sofá, los porros y el móvil.

La semana pasada vimos en las páginas de este periódico, el caso de la joven Adriana Segovia, que desde su pequeña Formentera puede acabar salvando la vida de un congénere al otro lado del planeta. Adriana ha donado médula ósea para un paciente 100% compatible y en esos casos el resultado tiene muchas opciones de acabar en curación de la leucemia, que de otro modo puede ser mortal. La joven no solo ha donado sus células madre sino que, además, se ha convertido en adalid de este tipo de donaciones insistiendo en los medios y en las redes sociales en la importancia y la sencillez de un acto que salva vidas.

La formenterense se hizo donante de sangre a los 18 años y pronto se interesó por la donación de médula que en su día hubiese salvado la vida de su bisabuelo que falleció sin encontrar a un donante compatible. Si usted tiene entre 18 y 40 años, tiene una vida en sus manos.